Estas en Montaña Cuaderno de Entradas April 2008 ...la Identidad Perdida?
Thursday 24 de April de 2008, 11:03:49
...La identidad perdida?
Tipo de Entrada: CUADERNO | 3 Comentarios | 2954 visitas

El flanco norte del Perdido, soberbio aquel septiembre de 1985

Lo que os voy a contar no deja de ser una anécdota curiosa que me sucedió hace muchos años, cuando empezaba mi andadura pirineísta. Mi amigo Iosu y yo nos plantamos un día luminoso de septiembre del 85 en el Balcón de Pineta, arrasado por todos los calores del reciente verano y con toda la coloración de las vetas de la Tierra a la vista; solamente el hielo del glaciar doble del Perdido, por entonces más crecido que ahora, aportaba el necesario toque alpino al paisaje. Iosu, por aquel entonces Jordi, era mi compañero habitual de montaña, y lo fue en esos primeros años hasta que colgó el piolet y los crampones para profesar la fe trepadora e irse a vivir a Tarragona, rebautizado como Iosu y encaramado a todas las tapias de las sierras de Prades y de Montsant, donde todavía sigue (últimamente en Arbolí).

 

 

Y éste era yo por entonces, no tan distinto a ahora, la verdad...

 

 

Nuestro vivac, reforzado con el sobretoldo de mi tienda... ¡¡¡"canadiense"!!! Qué tiempos.

Bueno, a lo que iba. Nos instalamos a dormir en un círculo de piedras con techo de plancha ondulada y por la mañana nos dirigimos a la vía normal del Perdido. La rimaya entre el nevero y la franja rocosa estaba bastante abierta y nos tuvimos que emplear para pasarla, saltando desde el borde de nieve hasta los escalones de la chimenea que franquea la franja; creo recordar que era la chimenea más a la derecha de las varias que hay, porque por encima de ella flanqueamos un buen rato hacia la izquierda sobre la franja antes de conectar con el borde del glaciar y poder remontar hacia el collado del Cilindro.

 

 

Dirigiéndonos por la mañana a la base de la franja rocosa, bajo el sol sagrado de Aragón.

 

 

Iosu mirándose la rimaya por la mañana, antes de superarla.

 

 

Iosu enfilándose como un gato por la parte baja de la chimenea, después de saltar la rimaya.

 

 

Yo en la zona alta de la chimenea.

 

 

Trepamos sin mayor problema y ésta fue la tónica de una jornada fantástica, bellísima e iniciática, porque era la primera vez que subíamos al Perdido desde Pineta. Introdujimos además la variante de ir hasta El Dedo por la arista, y desde él ya empalmar por un colladito con la ruta normal de la Escupidera.

 

 

El panorama impresionante y bellísimo desde la arista de El Dedo.

 

Remontando hacia la Escupidera.

Horas después, bajando, ocurrió lo que os quiero contar. Nos plantamos en lo alto de la chimenea y nos la miramos con auténtica aprehensión: era muy empinada, y sus escalones, muy sencillos pero ligeramente inclinados hacia el vacío, descendían siniestramente hasta la negrura del fondo de la rimaya, aparentemente invisible. Comentamos la jugada: destrepe, rápel, deshacernos de  las mochilas antes de empezar a bajar… Al final optamos por rapelar “a la española”, pues no llevábamos arneses, y deshacernos de las mochilas aprovechando la cuerda. En el trasiego previo, rebuscando no se qué en la “mosca” de la mía, salió disparada mi cartera y cayó rebotando por la chimenea hasta perderse en la siniestra oscuridad de la rimaya.

 

Vamos bajando por el glaciar inferior hacia la franja rocosa.

No recuerdo realmente qué pensé en ese momento. Imagino que repasé mentalmente la trascendencia de la situación: carnet de identidad y carnet de conducir, principalmente; y supongo que mi tarjeta amarilla de La Caixa, una de esas 6.000, y mi carnet de socio de la UEC de Barcelona, que era donde estaba por entonces; tal vez también alguna foto, o la tarjeta de algún lugar interesante… Todo sepultado en un agujero sin fondo aparente. Había que concentrarse en el descenso, así que mi mente no debía estar para grandes especulaciones filosóficas, que la verdad es que gastan muchas energías y te hacen perder la concentración.

 

Y aquí está la rimaya vista desde nuestra posición.

En fin, acabamos bajando uno de nosotros (creo que Iosu, más ágil que yo) y, ya desde el otro lado de la rimaya, montamos un rudimentario teleférico con la cuerda para que las mochilas bajaran sin descontrolarse. Tal vez no fue la mejor decisión, pero salió bien porque franqueamos todo el paso sin más pérdidas que la de mi cartera. Recuerdo que ya en el nevero, Iosu se miraba la boca oscura a nuestros pies y me dijo que podía intentar descolgarse con la cuerda para echar un vistazo. Le contesté que ni hablar, que ni siquiera se veía el fondo… Este Iosu, ya entonces tenía alma de lagartija… Vaya, que acabamos la jornada en nuestro vivac de piedras y uralita y al día siguiente bajamos al valle tan contentos. La verdad es que fue una excursión magnífica, una de mis primeras grandes excursiones pirenaicas, toda una experiencia.

 

Luego he pensado alguna vez en este episodio, es algo que me ha hecho reflexionar medio en broma, medio en serio… ¿Tuvo algún sentido oculto todo aquello? Las hipótesis son varias y dan juego para un rato de especulación casi metafísica, si es que se tiene una rato para estos menesteres (y a mí por suerte nunca me han faltado estos ratos…). Tal vez con este acto no deliberado, totalmente accidental, evité caerme yo, practicando sin querer una especie de “ritual de sustitución” como los que han practicado muchas culturas humanas, y aún practican algunas (por entonces aún no sabía nada de antropología y se me escapaban todas estas posibles implicaciones…). Si es así, he de dar por bien empleada la pérdida y la molestia de obtener de nuevo los documentos. Incluso, yendo más allá, el “ritual de sustitución” pudo tener un efecto duradero en el tiempo, convirtiéndose en una especie de pago por una protección permanente en la montaña… Ésta sí que sería buena. Al fin y al cabo, todos querríamos sentirnos invulnerables allí arriba, aunque sepamos que es imposible. O si no, como mínimo un poquito “protegidos”, un poquito en buena sintonía con los dioses o los “manes” de la montaña; supongo que todos nosotros, incluso los más descreídos, hemos podido llegar a pensar alguna vez que la montaña tiene su propia conciencia, incluso su propia “capacidad de obrar”... He de reconocer que a menudo me he sentido “querido” por la montaña, y en algunas ocasiones me he sentido incluso mimado al salir bien parado de situaciones delicadas. Sí, ya sé que el azar es lo que realmente lo explica todo, ya lo sé, pero puestos a especular…

 

… Sigamos. ¿Qué pagué por la protección? ¿Fue una simple sustitución del yo mediante la entrega de un objeto expiatorio ante un peligro o “todos” los peligros en el monte, o fue un “pacto mefistofélico” mediante el cual le vendí para siempre mi alma a la montaña? A veces, cuando me da por ponerme poético y viendo la pasión que he acabado desarrollando por la montaña, pienso que quizás fue así. Ante la perspectiva de un soso cielo de arcángeles desteñidos, o de un infierno donde iba a pasar mucho calor (y no me gusta nada el calor…), o ante la posible reencarnación en vete a saber qué para discurrir de nuevo por este “valle de lágrimas”, o incluso ante la más que probable disolución total, un “no ser” sin conciencia (y por tanto también sin sufrimiento), la perspectiva de un paraíso de innumerables cimas e incontables y solícitas aracelis segarra a mi disposición no deja de tener su punto… ¡Menudo punto! (¡Ja, ja, ja…!).

 

Vaya, vaya, a ver si va resultar que mi identidad iba impregnada en ese montón de cartulinas de colores… Qué cosa más pueril. Pero, ¿y si fuera así? Supongamos por un suponer, siguiendo la detestable tendencia de los tiempos actuales de “cosificar” cada vez más aquello humano que realmente es intangible, que fuera así. Entonces, ¿la perdí o la recobré? ¿Se quedó allí enterrada en la rimaya, oculta a todos, incluso a mí? ¿O más bien dejé allí enterrado mi lastre de persona ajena a la montaña para encontrar así mi auténtico carácter? Desde luego, esta segunda es la tesis que más me atrae. Quiero pensar ingenuamente que establecí entonces un pacto indeleble con la montaña, un pacto recíproco de no agresión e incluso de amor, por qué no decirlo... Un pacto que me convirtió en amante de mi amada y amado por ella. En fin, un pacto que, en el peor de los casos, contenga una cláusula por la cual algún día deba quedarme con ella para siempre, pero nunca antes del momento propicio y adecuado, nunca antes de estar interiormente preparado, nunca antes de tiempo.

 

El caso es que le tengo mucho cariño, o algo más que cariño, al Monte Perdido. Fue mi primer tresmil, en febrero del 85 (justo unos meses antes de lo que os cuento), en una ascensión memorable desde Ordesa. Luego he ido volviendo regularmente, incluso por la cara norte, la de los seracs, hace también mucho tiempo (cuando, por cierto, perdí un guante). La última ha sido hace tres años por Ordesa, en marzo del 2005, conmemorando el veinte aniversario de la primera. Y lo más importante es que yo también me he sentido querido por él, en una relación recíproca que quizás pueda explicarse por la “prenda” que le dejé entonces, por esa “parte” de mí que “decidió” apropiarse y custodiar, y que seguramente aún sigue custodiando. Ojalá siga haciéndolo, porque absurda e inexplicablemente tengo la sensación de que su magnificencia generosa, al menos conmigo, situada tan por encima de las cotidianas y pequeñas zafiedades humanas, me sigue amparando. La verdad es que no sé si perdí o recobré mi identidad, pero sí sé que mi identidad está a salvo: es en todo caso una identidad preservada. Y esto, en los tiempos que corren, es lo más parecido a la inmortalidad.

 

Lo cierto es que, casi con toda seguridad, la cartera debe seguir allí, después de casi un cuarto de siglo. Y también lo es que, tal y como va el clima, cualquier día volverá a la luz. Es seguro que la montaña acabará por devolver al mundo la prenda cobrada en su momento (y si no que se lo cuenten al pobre Barrau, que seguramente no tuvo la oportunidad de celebrar un “ritual de sustitución”, o más recientemente a Mallory). De hecho, no he vuelto al Balcón de Pineta en verano desde el 93, cuando todavía persistía el nevero al pie de la franja rocosa. No sé cómo estará ahora la cosa. Igual hace un tiempo que mi cartera pulula por ahí a la intemperie durante el verano. Igual incluso ya la encontró alguien. Quizás hasta intentaron usar mi tarjeta, pobres ingenuos… Lo que más ilusión me haría es que la montaña la conservara todavía para sí una buena temporada, en su seno protector. A lo mejor dentro de mucho tiempo, de mucho tiempo, cuando yo ya esté cantando celestiales aleluyas o secándome el sudor infernal, o integrado sin conciencia en el Cosmos, protagonizo una noticia como la de aquel individuo de época neolítica que encontraron hace ya unos cuantos años en un glaciar de los Alpes austriacos (Otzi, o algo parecido, creo que le llamaron…). Por medio de mi documentación puedo llegar a ser un objeto arqueológico, un hallazgo digno de concienzudos estudios, un protagonista de una disciplina de la que también sé alguna cosa. Caramba, a ver si todo va consistir en querer ser protagonista…

 

 

 


3 Comentarios
Enviado por Anacoreta el Thursday 24 de April de 2008

muy bonito
Enviado por Madveras el Thursday 24 de April de 2008

Preciosa reflexion, me ha gustado mucho todo el escrito
Enviado por Quo_aquo el Thursday 24 de April de 2008

:)))
Un placer leerte.. y genial introversión...
Me llevo buenos datos de ella! jejeje


Por cierto... Aunque Fijo que si alguien encuentra tu cartera... jeje Te llama!



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