Pues bueno, después de pasar por allà a mediados de este mes de noviembre, el caso es que ya he estado un montón de veces en la cabaña de La Coma, y casi siempre ha habido algo, una circunstancia, una compañÃa, una situación, que ha hecho de la estancia algo para recordar, a veces pequeños detalles pero siempre diferentes de lo habitual. A parte de la belleza del lugar, La Coma es uno de los accesos a uno de los mejores miradores del Pirineo, en mi modesta opinión, uno de sus picos más grandiosos, del que siempre me he llevado muy buenas sensaciones... SÃ, incluso cuando se me ha resistido, como me ha pasado un par de veces, la última hace apenas diez dÃas. Si me dejo llevar por mis venadas habituales, acabaré pensando que hay algo en este lugar que lo hace distinto... ¿A ver si va a ser cosa del fuego de La Coma?
El abedular, ya cerca.
“El pequeño cortejo avanza por la senda que asciende suavemente
entre los avellanos, entre los abedules, entre la primera nieve otoñal.
En la huella se acumulan las preciosas hojas triangulares
de esos árboles bellos, resistentes y tÃmidos,
tanto que siempre cubren sus cuerpos
con una sutil gasa blanquecina,
como renegando de su natural desnudez.
Tras el bosque desembocan en un amplio rellano al fondo del cual
las montañas blancas se muestran como un prodigio
invocado por el chamán, que preside el cortejo.
Se aproximan a la pequeña cabaña de piedra y sólo él
y dos de sus acólitos
penetran en el interior, oscuro y frÃo.â€
Mi primer Perdiguero lo hice por aquÃ, a fines de abril del 90, con una cantidad espectacular de nieve todavÃa. Para remate, Pep y yo habÃamos pernoctado en la entrada del valle, junto al coche, y se nos “ocurrió†intentar el pico de un tirón, con sus casi 1.900 metros de desnivel asÃ, por las buenas. Y no arrancamos exactamente pronto, no, porque a eso de las 10 de la mañana llegábamos a la cabaña, la primera vez que estábamos en ella, y nos encontrábamos con un grupo de madrileños que también querÃan subirlo, ¡pero aún estaban por ahÃ, que si arrancamos, que si no sé qué...! Joder, debe ser que éramos jovencitos, digo yo, porque a pesar de la hora, del sol de mayo y de que habÃa nieve ya apenas a 2.000 metros, muy poco por encima de la cabaña, en unos pocos minutos de hablarlo nos pusimos todos de acuerdo en tirar para arriba, al menos a verlas venir. Y por supuesto a bota desnuda, que el mundo de las raquetas era todavÃa por entonces un misterio por resolver... Nos peleamos como bestias con la nieve honda, alternándonos para abrir huella, pasando por encima de numerosos rastros de alud en el flanqueo ascendente bajo el Perdigueret (...bueno, parecÃa que ya estaba casi todo purgado, en fin... Tal vez fuera cierto, porque no vimos caer nada de nada...). Agotados en el collado Obago, y siendo ya las dos de la tarde, recuerdo que nos hartamos a galletas y seguimos para arriba, siguiendo con la alternancia delante y echando las papas... Hicimos cima bien pasadas las cuatro de la tarde, ya bajo el crecimiento de algunas nubes de evolución que me impidieron apreciar totalmente el mirador pirenaico de primera magnitud que es este pico (luego he podido comprobarlo tranquilamente varias veces, por suerte). Bajamos a toda pastilla por las pendientes nevadas de debajo del collado, lo recuerdo, como rebecos eufóricos y endomingados, pletóricos de confianza, de satisfacción, invencibles... (y sÃ, tal vez también insensatos...). Y acabamos compartiendo la cabaña por la noche con nuestros eventuales compañeros (cinco o seis más o menos, dos de ellas chicas, y un perrillo... No creo que todos subieran, porque no tengo al perro en las diapos de la cima...). El esfuerzo brutal y compartido de la jornada y la sintonÃa nos hicieron tratarnos como amigos de toda la vida, y eso fue fantástico, de verdad. No recuerdo el nombre de ninguno, pero aparecen en muchas de mis diapos y recuerdo que pertenecÃan a una especie de agrupación, tal vez más polÃtica que excursionista, que se llamaba “Marx Maderaâ€, dependiente de Izquierda Unida o del PCE, si no recuerdo mal. No he vuelto a saber nada de ellos, pero tal vez algún montañero madrileño que lea esto podrÃa ponerme al dÃa... Dejaron una pegatina de la agrupación en la ventana de la cabaña, que hace ya mucho que no está. Por cierto, al dÃa siguiente Pep y yo nos largamos a la Besurta y nos marcamos un Aneto imponente que nos dejó la piel de la cara hecha trizas. ¡Cosas de la juventud! No recuerdo ahora mismo que encendiéramos el fuego en la rústica chimenea de La Coma, pero, si no lo hicimos, es como si lo hubiéramos hecho, porque se produjo una quÃmica estupenda entre todos nosotros. ¡Por la montaña hacia la hermandad universal, qué cojones...!
La Coma aquel abril del 90. Esto es el escáner de una còpia muy deteriorada en papel de la diapo original... No queda muy bien... Es lo que tiene no tener escáner de diapos en casa.
“La respiración agitada del viento afirma al exterior
que ése es su territorio, que es su casa y su feudo, que es el amo...
El chamán la escucha reconcentrado, con la mirada fija
en la pinaza y las ramas
que acaba de colocar lenta y cuidadosamente en el hogar de la cabaña.
Recita en un grave tono monocorde algo parecido a un mantra,
tal vez una antigua oración aprendida
de los que le precedieron en el conocimiento.
Y la cabaña permanece frÃa y oscura.â€
Otra vez, hace ya mucho, en el puente del Pilar del 93, también acabé en La Coma. HabÃamos subido a los Clarabides desde el refugio de Estós el dÃa anterior, con un dÃa muy malo y una cantidad enorme de nieve recién caÃda. Recuerdo también a una pareja que nos encontramos por el camino y con los que nos alternamos en abrir huella hasta arriba, pero hubo menos “feelingâ€, tal vez porque Estós estaba abarrotado y habÃa poca intimidad. Pero la despersonalización no era tanta como para que mi amiga Mati, durante la cena, no se subiera casi a la mesa para saludar a gritos a su amigo Roger, al que divisó en el otro extremo del comedor y con el que habÃa compartido no hacÃa mucho el “Camino del Incaâ€, por las Américas (por cierto, que este Roger, a quien no he vuelto a ver, es el hermano de Araceli Segarra, por entonces casi una desconocida... Ah, un contacto que no he sabido aprovechar ni siquiera para conocerla personalmente, qué desastre...). Tras las presentaciones y los espavientos de rigor, nos conjuramos para intentar el Perdiguero al dÃa siguiente. La méteo era una caca y las condiciones de esta nieve primeriza, recién caÃda, eran un asco, pero supongo que tenÃamos muchas ganas... Madrugamos decentemente y nos encaminamos desde Estós hacia La Coma bajo la lluvia, yo personalmente con la idea de darme un paseÃto más que otra cosa... Al llegar a la cabaña, Roger y su colega se entestaron en probarlo, y se perdieron monte arriba dentro de la nube omnipotente que lo cubrÃa todo y descargaba sin tregua. Mati, Pep y yo optamos sensatamente, después de la paliza del dÃa anterior, por quedarnos en la cabaña, charlando con unos pastores ya maduritos que estaban por allà pendientes del ganado. Al principio hacÃamos apuestas entre nosotros por acertar lo que tardarÃan Roger y su colega en aparecer, escaldados por la méteo, pero la verdad es que tardaban... Entre tanto charlábamos con los pastores, que eran de Benasque y hablaban entre ellos en “benasquésâ€, o “patué†creo que le llaman también, algo muy parecido al catalán, la verdad. Me pareció bastante distinto de la “fabla†altoaragonesa de otros valles más occidentales del Pirineo aragonés, o del “grausinoâ€, que he conocido también de primera mano: el “benasqués†me resultaba mucho más comprensible. TenÃan la chimenea de la cabaña a todo trapo y nos ofrecieron vino y algo de embutido. La verdad es que se estaba de fábula en ese entorno oscuro y húmedo, charlando al calor del fuego con unos buenos tragos de vino y esperando a que los amigos de Mati decidieran afrontar la realidad... Recuerdo cómo en un momento determinado de la conversación salió a colación que Mati es veterinaria (no lo sacó ella, siempre ha sido muy discreta...), y además especializada en caballos, y cómo brillaron a la luz del fuego de La Coma los ojos de aquellos hombres sencillos y afables cuando los clavaron en ella. Creo que estaban impresionados, la verdad, de que una chica joven se dedicara a estas cosas... Al fin y al cabo, hoy en dÃa para un ganadero un veterinario es alguien importante... Aprecié en ellos una mezcla de respeto y curiosidad, como diciendo “caramba con la chiquita...â€. Incluso salió a la conversación algún tema profesional, pero brevemente, como de pasada, entre otras muchas cosas variadas que Ãbamos comentando. La verdad es que estuvo bien compartir ese largo rato con los pastores de La Coma, y compartir su vino y su fuego. En un par de horas aparecieron Roger y su amigo empapados hasta el tuétano, cómo no, y eso dio pie para un rato más de terapia curativa junto al fuego de La Coma antes de volver para casa.
“ En verdad que sois señor y yo vuestro servidor
- se oye murmurar al chamán en medio de su monodia incomprensible.
Por un momento el aullido exterior parece amainar casi del todo,
como en una especie de manifestación de complacencia con los ruegos
vertidos ante el hogar de la cabaña, todavÃa frÃa y oscura.
Los dos asistentes del chamán presentes en el ritual,
apenas iniciados en el conocimiento, casi se estremecen,
más por el repentino silencio que por todo el ululante despliegue anterior,
porque ese silencio sobrevenido se les antoja una muestra
de deliberada quietud
quizás premonitoria del definitivo estallido.â€
En octubre del 94 volvà a recalar en La Coma con Pep y Eduardo, en una ascensión placentera y perfecta que no deparó nada extraordinario salvo el enorme placer del éxito, con el monte nevado moderadamente poco antes del Collado Obago y una atmósfera luminosa que me insertó por fin en el impresionante ombligo pirenaico que constituye esta cima. Ah, y el descenso en travesÃa por el valle de Lliterola, que entonces todavÃa no conocÃamos y que luego hemos recorrido más de una vez.
“ Maestro, la montaña vuelve a hablar... – dice uno de los asistentes,
a lo que el chamán responde levantando con autoridad su mano derecha.
Con ese gesto parece querer detener más el renovado estruendo del viento
que las balbuceantes palabras de su discÃpulo.
Y vuelve a la monodia intraducible, sombrÃa, casi agobiante,
con la mirada obsesivamente fijada en el hogar de la cabaña,
todavÃa frÃa y oscura.â€
Más tarde, en octubre del 96, volvà a compartir La Coma y su lluvia con Mati, y con su amiga Blanca. Yo tenÃa la intención inicial de subir al Perdiguero por la cresta de Gargallosa, muy sencilla pero, como comprobarÃa pocas semanas después, muy aérea en algún punto. La verdad es que fue una suerte que el tiempo nos traicionara como lo hizo, adelantando a la madrugada del domingo un frente que habÃa de pasar por la tarde: Mati se hubiera desenvuelto creo que bien, pero Blanca, a pesar de su excelente forma fÃsica, quizás estaba poco rodada para un terreno como ése (y eso que la habÃa visto pasar con una soltura estupenda por un Paso de Mahoma muy nevado no mucho antes...). En cierta manera aquel fin de semana iba ya lastrado por los imponderables, porque recuerdo que el sábado por la mañana Blanca alquiló unas botas en Barrabés, y resultó que cuando se las puso por segunda vez, a punto de arrancar a caminar en la entrada de Estós, se dio cuenta de que le hacÃan daño. Cogimos el coche y bajé con ella a toda pastilla hasta Benasque porque eran casi las dos de la tarde y Barrabés iba a cerrar, y conseguimos que le dieran un número mayor. Luego, en la aproximación, pasada la palanca de La Ribera que cruza el rÃo después del desvÃo del GR, me dejé llevar por las obvias trazas que flanquean por los pastos y los corrales del otro lado, hasta que me di cuenta un poco tarde del error: el sendero de La Coma gira bruscamente a la derecha muy poco después de la palanca, y hace unos zigzags antes de flanquear suavemente hacia el noroeste, hacia el collado donde está la cabaña. Bueno, al final remontamos a plena pendiente el avellanedo y el abedular hasta empalmar con el sendero bueno, ya muy cerca de la cabaña; empleamos más de dos horas y media en hacer un recorrido de poco más de hora y media (Por cierto, que este fin de semana de noviembre he estado a punto de cometer el mismo error, aunque lo he podido rehacer mucho antes y con una mÃnima pérdida de tiempo; y el grupo con el que he hemos compartido refugio lo cometió a fondo y se presentó en la cabaña a las nueve de la noche, tras horas de trasiego). Además, aquel dÃa la cabaña ya tenÃa siete ocupantes, y recuerdo que yo acabé durmiendo en el suelo (lo cual no supone un gran cambio, ya que, al fin y al cabo, las plataformas para dormir también están recubiertas de baldosas…). Bueno, al dÃa siguiente yo iba controlando desconsolado el estado del cielo desde las seis de la mañana, hasta que a eso de las once recogimos nuestros bultos y empezamos a bajar aprovechando que al menos habÃa dejado de llover. Qué se le va a hacer. No recuerdo que se encendiera el fuego de La Coma… Quizás por eso las cosas fueron como fueron…
"Y por fin, en medio de la cabaña frÃa y oscura, se entiende con claridad
la plegaria del chamán, que balancea la cabeza rÃtmicamente,
adelante y atrás
mientras va desgranándola despacio, como en trance.
- ¡Oh, Madre!, ¡Oh, Principio y Fin...!
Te ofrecemos nuestra vida y nuestros anhelos
para que los acojas y propicies la Unión...
Te ofrecemos nuestra ambición, nuestras envidias, nuestras rencillas,
nuestro afán de dominación sobre tu sagrado solar...
Renunciamos a nuestra rapacidad y a nuestra agresividad
para con nosotros y para contigo, y asà poder obtener de ti la Unión
y un transcurrir feliz y perdurable por esta vida que nos has dado...â€.
Sólo un mes más tarde, Pep y yo volvimos a La Coma para rematar el trabajo, esta vez con una méteo espléndida y la montaña casi seca hasta arriba por la vertiente sur, lo que nos permitió recorrer sin ningún riesgo la cresta de Gargallosa. Con el añadido de que, por primera vez, transitamos por la arista norte del pico hasta el Collado superior de Lliterola y alargamos la jornada hasta el Pico Royo y la Punta de Lliterola. Como escribà entonces en mi relato-reseña, atravesamos el Perdiguero limpiamente de sur a norte como una flecha certera lo harÃa con una suculenta manzana. Fue una jornada deliciosa e iniciática, porque nos mostró nuevas posibilidades en torno a esta montaña imponente, posibilidades que hemos explotado más tarde, ascendiendo a la cima por la arista norte desde el valle de Lliterola, o volviendo al Royo y la Punta de Lliterola.
“¡Oh, Madre! ¡Oh, Principio y Fin! Renunciamos a nuestro egoÃsmo,
a nuestra mezquindad, a nuestro odio, a nuestro yo disgregante...!
Escuchamos al viento, tu emisario, el sonido de tu voz desatada,
quizás encolerizado con nuestras pequeñas existencias
que tan insensatamente te desafÃan,
buscándose nada más que la perdición final. –
Y los discÃpulos, con los ojos brillantes,
sienten cómo el sonido de la plegaria del chamán
va fundiéndose con el viento ululante y va penetrando
por cada uno de sus poros,
en la cabaña frÃa y oscura.â€
Hasta abril del 2001, con Pep y Mati de nuevo, no volvà por La Coma. Cargábamos la tienda porque pretendÃamos instalarnos en los rellanos que hay más arriba, a dos mil y pico metros de altura, pero la verdad es que algunos contratiempos nos hicieron llegar a la cabaña un poco tarde. Contratiempos como el vino que bebimos a discreción en el almuerzo de Benasque antes de la aproximación, o como los ataques de sueño “letárgico†que padeció Mati durante la subida, lo que provocó que les esperara en la cabaña más de una hora (he de decir en descargo de Mati que acababa de llegar de Asia en un viaje larguÃsimo lleno de escalas y desfases horarios, y llevaba mucho sueño atrasado... No todo es achacable al somontano...). Nos instalamos estupendamente en la cabaña, donde habÃa un par de madrileños (casualmente dos joses) y un badalonà que iba solo. Pasamos una tarde tranquila y agradable, y recuerdo el mucho rato que hablé con el catalán, que dio la casualidad que vivÃa en un bloque en el paseo marÃtimo de Badalona por el que paso cada dÃa con el tren cuando voy y vengo del trabajo. A la mañana siguiente tiramos para arriba con los madrileños (el de Badalona querÃa ir al Pico de Estós, más próximo, y creo que ya no le volvimos a ver). Encontramos ya nieve primavera a partir de 2.200 más o menos, y acabamos metidos en la nube ya en la cota del Collado Obago; de hecho, según la méteo habrÃa de perseguirnos durante la jornada un progresivo cambio de tiempo que parecÃa haberse adelantado un poquito. En fin, seguimos para arriba, poco a poco desmantelados por los ritmos diferentes (uno de los madrileños iba como un tiro, el otro iba más o menos como yo y Pep flaqueaba un poquito, mientras que Mati habÃa decidido quedarse en el collado; además, se nos unieron tres más que venÃan de Estós, creo recordar). La visibilidad era muy escasa, pero no hacÃa viento ni precipitaba, aparte de que habÃa algo de huella trazada, al menos para indicar el camino, y en un momento dado me encontré avanzando solo y a oscuras por el plano lomo cimero. Esperé algún rato a Pep, pero hacÃa frÃo y me estaba impacientando. Entre tanto, llevaba por delante al madrileño más fuerte y al grupo de tres, con los que me crucé cuando decidà seguir para arriba yo solo. Estuve en la cima apenas cinco minutos, en un dÃa tristemente impropio para uno de los mejores miradores del Pirineo. Sólo veÃa el extremo de una cruz sobresaliendo de la nieve, y mira que no recuerdo ahora que haya ninguna cruz en la cima del Perdiguero... Empezado el descenso me crucé con Pep, que seguÃa lento pero seguro mi traza. Estaba apenas a veinte minutos de la cima, pero decidió bajarse conmigo porque dijo estar hasta el moño de no ver un pijo... Y era verdad, aunque yo estaba dispuesto a esperarle allà mismo hasta que bajara de la cima. Más abajo, y siempre a oscuras, nos topamos de golpe con las siluetas del grupo de tres, detenidos en medio del lomo cimero, allà donde empieza a inclinarse. Bien, decidà tomar el mando de las operaciones cuando confesaron sentirse desorientados: al fin y al cabo este terreno ya empezaba a resultarme familiar después de unas cuantas veces de transitarlo. Unas referencias de brújula y altÃmetro y, sobre todo, el recuerdo del terreno y el instinto, nos dejaron sin novedad en el Collado Obago, ya por debajo de la capa de nubes. Desde allà seguimos para abajo sin mayores problemas, salvo una ligera nevada que nos cayó durante un buen rato. Mati nos esperaba en la cabaña de La Coma con una maravillosa sopa de sobre recién preparada, un auténtico placer de dioses... ¡Qué importantes son estas pequeñas cosas allà arriba! Acabamos bajando al coche y a Benasque bajo una lluvia suave y norteña, una delicia sutil como la negrura matizada del cielo. Tampoco recuerdo que encendiéramos la chimenea de la cabaña, pero es probable que la sopa de Mati hiciera las veces, que oficiara como “médiumâ€, como vehÃculo sagrado en la comunión con la montaña y con nuestros eventuales camaradas.
“Y el chamán detiene de golpe su plegaria y extiende poco a poco
las manos temblorosas sobre el hogar de la cabaña, todavÃa frÃa y oscura.
Los discÃpulos casi se sienten desfallecer ante este silencio absoluto, total,
porque ni el viento parece tener nada que decir afuera,
en sus dominios, en la montaña.
Y tras una larga espera con los dedos extendidos
sobre el hogar de la cabaña,
el chamán prosigue.
- ¡Oh, Madre! ¡Oh, Principio y Fin!
¡Te imploramos compasión a cambio de nuestra arrogancia,
te imploramos generosidad contra nuestra pequeñez!
¡Te rogamos humildemente por nuestras miserables vidas,
pues al fin y al cabo también nos sentimos tus hijos,
como los sarrios, las nubes o la nieve!
Y como muestra de tu bondad, te imploramos nos concedas el fuego
a cambio de nuestra entrega a la causa común de la vida,
como prueba de que todavÃa nos consideras hijos tuyos,
merecedores de ella.â€
Bueno, y la última ha sido el fin de semana del 15 y 16 de noviembre, hace apenas diez dÃas, con Judit y Xavier. Pensando en la cantidad de gente que se mueve cada vez más por la montaña, y en la vez en que Pep y yo dormimos en la entrada de la cabaña, casi por los pelos (y no recuerdo ahora mismo cuándo fue, quizás la primera, con los de Marx Madera...), esta vez hemos decidido subir la tienda por si las moscas... (bueno, la ha subido Xavier, que para eso es más joven que yo, aunque yo me he encargado de los cacharros de cocina y del infiernillo...). La verdad es que, pese a la bondad de la méteo, nos hemos encontrado la cabaña vacÃa, como hace un mes en el refugio libre de Viadós... Esto me hace ser optimista respecto de las aglomeraciones crecientes en la montaña, a veces más que evidentes... Hemos pasado una tarde relajada y deliciosa, buena parte de ella metidos en la cabaña, porque hacÃa fresco afuera y conseguimos encender un fuego de primera en el interior, un fuego de más de tres horas de calidez y magia... Y es que poco hay más fascinante que la contemplación del fuego, de su baioleto aleatorio, acompañado por el tenue crepitar de la leña, por el siseo de las vetas de la madera entregadas a la llama transformadora, mientras afuera soplan las ráfagas irregulares pero intensas de norte. Y yo, que no en vano recalé durante muchos años en una casa con chimenea, me encargo del cuidado de ese fuego de La Coma como si fuera un oficiante de cultos ancestrales, como si fuera un chamán... Después de la cena y de algunos aportes suplementarios, llegamos a hacer disquisiciones metafÃsico-filosóficas que acaban con un misterioso “¿Gerardo, estás inquieto?†por parte de Judit “Comhofaelventâ€, una pregunta que aún no he acabado de comprender ni mucho menos de responder de verdad, aunque en ese momento contesté un “no†bastante convincente, probablemente a ciegas. A eso de las nueve nos instalamos a dormir en la parte de arriba del dormitorio, y apenas unos pocos minutos después aparece un grupo que intenta entrar... Como hemos bloqueado la puerta con un taburete para que no la abra el viento, les grito desde el saco que aparten el taburete y que entren... Pienso, “ya está, otra vez el camarote de los hermanos Marx...â€, pero preguntan desde la entrada que cuántos somos y les decimos que tres, y ellos contestan que muy bien, que son cinco y que caben sin problemas en la parte de abajo, y que van a picar alguna cosa sin hacer ruido y se van a dormir, porque se han perdido subiendo pero quieren madrugar. “Como nosotrosâ€, contestamos desde nuestros sacos. La verdad es que apenas molestan, y eso que son cinco y el espacio de la cabaña es francamente pequeño. Me duermo casi de inmediato, y al dÃa siguiente, tras despertarnos todos a las cinco y salir en dos oleadas, acabamos coincidiendo en la remontada cansina hacia el Collado Obago, por una nieve abundante y poco asentada todavÃa, caÃda hace demasiado poco... Y también comparto con ellos la decisión de darnos la vuelta en el collado, quizás demasiado “prudente†pero que, al fin y al cabo, fue la que se tomó entre todos. Resulta ser un grupo de gente que vive en Zaragoza pero de procedencias diversas, como por ejemplo un francés que ha vivido muchos años en Argentina y que sube como un tiro (veinte minutos nos saca a los demás en el collado), o un bilbaÃno, o un fumador como yo, o un productor aficionado de estupendo patxarán casero... Si por casualidad leen esto, un abrazo para todos ellos. Y lo más importante es que, a su llegada a la cabaña, avivaron nuestras brasas para poder disfrutar un buen rato más del fuego de La Coma.
“En apariencia agotado, el chamán aún mantiene sus brazos y sus manos
extendidos sobre el hogar de la cabaña, frÃa y oscura.
La voz del viento se va transformando en un sonido
por momentos más agudo, una voz siseante y penetrante
que pone de punta el vello de los discÃpulos.
Su intensidad sube y sube hasta más allá de lo tolerable
y volverse inaudible.
En un último esfuerzo supremo, el cuerpo entero del chamán
es recorrido por una convulsión, y,
sin dejar de mantener los brazos y las manos sobre el hogar,
un quejido ronco sale de su garganta, quizás una especie de estertor,
de transitoria agonÃa hacia otra vida más plena.
Tras una expiración semejante a la muerte,
eleva suavemente sus manos sobre el hogar,
y bajo su movimiento, brotando de la pinaza y las ramas,
surge el fuego, lento, majestuoso, vital.â€