El Matterhorn, el ego de muchos alpinistas, visto al amanecer desde la ruta del Alphubel.
Parece ser que los conocimientos psicológicos actuales hablan de tres manifestaciones del ego: el ego vÃctima, el ego perseguidor y el ego salvador. Yo ya habÃa oÃdo hablar, e incluso habÃa leÃdo, acerca de los peligros del ego, no en vano en la facultad me empapé de Claude Levi-Strauss, el “marxista-zen†que le llamaban algunos de sus detractores con cierta mala leche pero en el fondo con una envidiable precisión (ya dicen que, a veces, obtendrás de tus rivales tus mejores credenciales...). Y más tarde han caÃdo en mis manos algunos textos de estirpe oriental, básicamente budista, en los que una de las ideas base es siempre la misma: el ego es lo que nos pierde, lo que nos hace infelices, porque en definitiva no es más que una entidad fantasmal producto de nuestra mente, una entidad que camufla y suplanta nuestro auténtico ser. Bien, al margen de mis convicciones Ãntimas, al margen de interiorizarlo o no como un protocolo de funcionamiento personal, el concepto me habÃa quedado claro y me parecÃa sugestivo. Pero aún no tenÃa noticia de esta rigurosa clasificación “trinitaria†del ego (por cierto, que quede dicho que esta “clasificación racional†cae precisamente en la trampa que de forma tan bella denunció Levi-Strauss en sus escritos a propósito de las deficiencias de nuestra estructura mental racional, incapaz de “aprehender†la verdad del mundo que nos rodea...).
Por lo que me ha explicado gente que sabe de esto, parece ser (y no quiero que esta expresión dé a entender que estoy explicando un cuento para niños...) que el ego sólo tiene estas tres manifestaciones, ya bien sea en estado puro en cada una de sus tres modalidades, o mestizado entre dos o tres de ellas. El tema tiene jugo, sin duda, porque no hace falta un análisis introspectivo demasiado profundo para reconocerse muchas veces en uno de los tres estereotipos o paradigmas, no sé cómo llamarlos, o incluso en el paradigma “fusionadoâ€, que dirÃa para entendernos. Con un mÃnimo de honradez, habremos de reconocer que todos hemos pasado, o estamos pasando, por uno de los tres o por todos ellos mezclados a la vez en dosis variables... O que incluso estamos instalados en ellos... Ahora podrÃa añadir aquà aquello de que “asà nos luce el peloâ€, pero no es ésta mi intención en este momento.
A propósito de clasificaciones y de mezclas, se me ocurren manifestaciones del ego que se me antojan muy claras, con sus nombres propios, y que imagino que caen dentro de alguna de las tres etiquetas mencionadas. No sé, por ejemplo el ego hinchado de orgullo, que tan a menudo tanto nos perjudica... Tal vez sea una mezcla del de vÃctima, por aquello del orgullo herido, con el de perseguidor, por lo de acosar a los demás, que para eso soy quien soy, o incluso con el de salvador... ¿Y el ego de la ira, el ego iracundo que nos ciega? Pues supongo que también es incluible en alguno de los tres, quizás la versión extrema del ego perseguidor...
VÃctima, perseguidor, salvador... La cosa, a parte del rigor filosófico, tiene su belleza incluso a nivel formal o casi literario, porque, cuando oà hablar del “ego perseguidorâ€, al momento me vino a la cabeza el relato “El perseguidor†que escribió hace muchos años Julio Cortázar a propósito del gran Charlie Parker, un relato en el que se “demostraba†con una delirante hermosura cómo una aparente “vÃctima†del entorno y de su propias flaquezas era en realidad un “predadorâ€... SÃ, quizás acorralado y débil, pero al fin y al cabo un “predador†caÃdo en el ejercicio de sus funciones como tal.
Vaya, vaya, empiezo por interrelacionar los conceptos “vÃctima†y “perseguidorâ€... No sé cómo voy a salir de ésta, yo no soy Cortázar... Por avanzar un poco en el asunto, diré que se me ocurre una clasificación de egos más extensa, la verdad (el airado o el orgulloso, como he dicho antes), pero es cierto que a la tradición cultural occidental, que es la que conozco un poco, siempre le han fascinado los “tercetosâ€, ya desde los tiempos de la “trÃada capitolina†de los romanos, pasando por la “santÃsima trinidad†elaborada por los primeros teóricos del cristianismo (en un alarde realmente complicado de elucubración mental que dio lugar desde el principio a enfrentamientos y purgas feroces, qué se le va a hacer...), o por los “tres estados†de las cortes y cámaras medievales y modernas previas a
Joder, qué rollo os he metido... Este es un post en un blog de montaña, y pretendÃa hablaros de montaña, o al menos que lo pareciera, porque la montaña siempre acaba siendo un pretexto para hablar de otras cosas... No pretendo hablaros de mi vida, pero sà de mi montaña, en la que he ejercido los tres roles claramente, el de vÃctima, el de perseguidor y el de salvador, uno detrás de otro o todos a la vez, como en una orgÃa...
¿Qué es el ego de perseguidor? Es tal vez aquello que te compele a perseguir una ascensión y una cima contra viento y marea, aquel impulso casi primario que te obliga a intentarlo a todo trance, incluso por encima de la prudencia y de las capacidades... Empieza con ese estado mental previo a una ascensión, esa efervescencia con la que centras el objetivo y luego operas sobre el terreno con una determinación inquebrantable. Vale, todos hemos pasado y pasamos por ello muchas de las veces en que preparamos una ascensión, ya lo sé... Es más, sin esta determinación es posible que muchos de nuestros proyectos montañeros se quedaran en el tintero... Pero el ego es peligroso, y en este caso concreto el peligro consiste en que no te permita valorar el peligro, en que sobre el terreno te obceques y apures las circunstancias hasta más allá de lo razonable, simplemente porque “persigues†ese objetivo a todo trance, porque tu “ego perseguidor†te compele a ello e incluso te impide ser capaz de valorar lo que hay y te impide decidir renunciar... Algo asà me ocurrió en el Alphubel en julio del 2000, donde apuramos la situación hasta el final, hasta hacer cima con unas condiciones muy malas que nos impedÃan ver a cincuenta metros mientras no dejaba de nevar y discurrÃamos por la arista sur, procedentes del Täschhütte. HabÃa nevado durante la noche, y lo siguió haciendo a partir de media mañana, una nevada que nos cogió a partir del Alphubeljoch y nos obligó a progresar por una arista saturada de nieve fresca. Una pareja de holandeses con los que hicimos buenas migas en el refugio nos siguió hasta el collado y poco después se dio la vuelta, desapareciendo de nuestra huella, supongo que pensando que estos españoles estaban locos de atar... Ãbamos en dos cordadas, y yo encabecé la primera hasta que llegó un momento en que me sentà agotado de abrir huella sobre treinta centÃmetros de nieve fresca. Por suerte Ferrán, que estaba fortÃsimo, se puso a tirar en mi cordada y nos abrió literalmente una trinchera estupenda por la zona más estrecha. En la parte final el terreno se ensanchaba hasta la cima, y allà progresamos con más comodidad pese a la visibilidad prácticamente nula. Llegamos arriba y aún avanzamos un poquito hasta parecernos que el terreno empezaba a bajar ligeramente... Dimos por culminado el pico, entre otras cosas porque caÃan copos como puños y nos preocupaba que desapareciera nuestra huella de ascenso en medio de aquella invisibilidad casi total. En apenas diez minutos estábamos tirando para abajo, siguiendo por suerte nuestra traza de ascenso sin excesivos problemas. Una vez en el collado la situación meteorológica mejoró un poco, ganamos en visibilidad e incluso llegamos al refugio bajo el resol. Aquella misma tarde estábamos cenando unas pizzas en Täsch y celebrando la cima “imposible†de aquella misma mañana... Aquel dÃa nuestro “ego perseguidor†pudo habernos jugado una mala pasada, porque nos metimos a oscuras en un terreno afilado, desconocido y recién nevado, donde podrÃa haberse desmoronado cualquier cosa en cualquier momento con nosotros encima, o habernos caÃdo nosotros directamente... Creo que tomamos buena nota de la experiencia del Alphubel, de cómo el afán perseguidor puede colocarte en el disparadero... La prueba de ello vino apenas dos dÃas más tarde, cuando estando en el refugio Britannia ni siquiera tanteamos la ruta del Allalinhorn por el Hohlaubgrat y nos bajamos a tomar cervezas a Saas Grund (era el 14 de julio, mi cumpleaños, y la bebida iba de mi cuenta...). Misma méteo, nevadas intermitentes pero más o menos regulares, una ruta de arista a veces afilada, a oscuras y con nieve fresca acumulándose... Ãbamos servidos con la experiencia del Alphubel, y todos éramos muy conscientes de ello, creo. Por suerte, el “ego perseguidor†no nos llevó a tirar de la cuerda más de la cuenta...
¿Qué es el ego de vÃctima? Es lo que te hace sentir vencido por y entregado a las circunstancias y los elementos, hasta el punto de asumir una actitud pasiva y morbosa, casi autocomplaciente, que anula tus reflejos y tu capacidad de superación, e incluso de supervivencia en una emergencia. Un delirante juego mental en el que acabas pensando que todo y todos se han confabulado contra ti... A veces las cosas se ponen en contra de uno, incluso a pares o a “trÃadasâ€, por usar un número “mágico†o casi cabalÃstico, pero el auténtico problema surge cuando atribuyes todo eso a una confabulación o “contubernio†que se decÃa antes, a algo o a alguien que ha “decidido†ir a por ti. Es entonces cuando puedes acabar rindiéndote y poniéndote directamente en peligro. A mi siempre me han gustado, o me han hecho gracia, las llamadas “leyes de Murphyâ€, que formulan de manera ordenada y sistemática todas esas posibles acumulaciones de circunstancias adversas, y de hecho las invoco a veces y pienso en Murphy como en un diosecillo omnipotente y cabrón... Pero no es más que un ejercicio casi de estilo, porque sólo creo realmente en el azar, o en las relaciones causa-efecto desencadenadas por uno mismo o por circunstancias varias, a veces generadas mucho tiempo atrás, que te acaban enganchando en medio... La verdad es que, salvo en pequeñas y constantes tonterÃas cotidianas que te contrarÃan y que te hacen invocar a Murphy casi como quien cuenta un chiste, no he experimentado muchas veces el papel de vÃctima... O no lo recuerdo apenas, porque la memoria es selectiva y sabia, un mecanismo de supervivencia, y sabe atenuar aquellos recuerdos que no han de servirnos para nada más que para sentirnos estúpidamente perseguidos... La verdad es que mis recuerdos de sentimiento de vÃctima están a menudo ligados a circunstancias tontas y lógicamente incontrolables, que no te hacen peligrar pero te hacen sufrir (tontamente, podrÃa añadir...). En montaña no tengo un caso concreto, sino más bien una acumulación de momentos, tantas veces, en que uno se ha sentido traicionado, por ejemplo, por una méteo imprecisa que se presenta a destiempo, la clásica situación de empeoramiento prevista para el domingo por la tarde que se presenta la madrugada del sábado al domingo, trinchando por la mitad las actividades previstas para el domingo y frustrando los planes. Esto me ha pasado unas cuantas veces y no sabrÃa encontrar por las buenas un ejemplo concreto... Quizás me sucedió cuando encaré en verano del 98 la aproximación al Aletschhorn, tal y como os contaba en mi post “¿Lo esencial?†hace ya unos meses. Como he dicho antes, el problema empieza cuando los lamentos formales dejan paso a una actitud abiertamente negativa o pasiva, porque es entonces cuando traspasas la frontera entre una simple pataleta y un bloqueo serio de tu capacidad de reacción. Es cuando tu afán de sentirte una vÃctima puede acabar convirtiéndote en una vÃctima de verdad.
¿Qué es el ego de salvador? Tal vez sea el más difÃcil de definir, pero al fin y al cabo es real como la ventisca... Yo lo veo como el de esos momentos en que uno se dice algo asà como “no pasa nada, para eso estoy yo aquÃ...â€. Pienso que se manifiesta normalmente en esos momentos en que uno peca de exceso de auto confianza, en que uno cree que está por encima de las circunstancias porque cree poder controlarlas, hasta que descubre lo contrario y suele ser tarde... ¿A quién no le ha pasado esto en la montaña alguna vez? Pues sin ir más lejos, a mà me ha pasado hace tan poco que todavÃa tengo las manos “marcadas†a fecha de hoy. Hace menos de dos meses, en uno de mis paseos matinales por el Montseny con mi perra Mel, intenté llegar al Turó de l’Home remontando directamente desde el fondo de Passavets, una ruta que he hecho muchas veces, bonita y solitaria, que remonta el bosque por pistas desiertas (no es la ruta marcada con hierros verdes) y te acaba dejando ante los últimos metros de pendiente supraforestal más o menos empinada. Pero este año quedaba mucha nieve aún allà arriba, y una nieve que se habÃa compactado mucho desde las últimas nevadas. El caso es que acabé saliendo del bosque e internándome en la remontada final con mis botas de trekking y mis palos, viendo que la nieve me aguantaba a duras penas pero confiando en que veÃa algunas zonas de placa con nieve más blanda, por las que poder ir progresando. Aunque Mel, con sus crampones incorporados, iba y venÃa con absoluta soltura, hubo un momento en que me las vi y me las deseé para continuar, pero asà todo decidà forzar un poco más, que al fin y al cabo se trataba del Montseny y nunca me he presentado allà con crampones... Mi ego auto confiado y sobrado me traicionó, y cuando comprendà que no podÃa seguir para arriba y me di la vuelta para empezar a recular, es cuando resbalé. Lo hice bastantes metros, cogiendo velocidad hacia las hayas de la parte baja porque, lógicamente, tampoco llevaba un piolet a mano... Los protocolos de autodetención me acabaron funcionando a tiempo, y eso que aferrado a un palo de esquà resulta bastante más complicado que con un buen piolo... Pero no evitaron que me abrasara los dedos contra esa nieve helada que parecÃa asfalto. Y aún arrastro las cicatrices de las erosiones que me hice. La falta de prudencia, o de humildad, estarÃa en la base del problema. Y la falta de humildad es unas de las manifestaciones más peligrosas del ego, porque te hace perder de vista la realidad en un santiamén. Una realidad que puede volverse de pronto peligrosa en un sitio al que vas simplemente a pasear, relajado y por supuesto sin el material habitual... Sobrevalorar tus capacidades, ya sean fÃsicas, mentales, técnicas o incluso personales, igual que infravalorar las circunstancias que te rodean y condicionan, puede tener sus problemas. SÃ, me diréis que sin sobrepasarlas no existirÃa el progreso humano... Vale, no lo niego, pero este argumento también puede ser una manifestación peligrosa del ego, un argumento sobre el que podrÃamos estar discutiendo durante horas... No es una cuestión fácil de resolver, pero el problema está ahÃ, y lo más difÃcil es encontrar el punto de equilibrio entre tus capacidades y la insensatez... ¿Qué asunto más difÃcil a veces, verdad...?
Me quedarÃa hablaros de la orgÃa de egos, pero casi me da vértigo. Me da la sensación de que la mayorÃa de las veces en que el ego actúa, lo hace de acuerdo a patrones “mestizos†en los que puede mezclarse la “persecución†con el “esto lo arreglo yo...†y con el “con más feas he bailado...â€. Bien, posibles situaciones explosivas... O patrones que mezclan en una danza sutil el rol de vÃctima o perseguido con el de predador o perseguidor, como tal vez le pasaba al gran Parker, en versión Cortázar... En fin...
Vamos a ver, extrapolemos con valentÃa estas reflexiones montañeras... Al margen de la montaña, ¿a quién no le ha pasado todo esto en la vida alguna vez, o mil veces...? ¡Ah, los peligros del ego tripartito...!
En el remonte de Saas Fee hacia Britannia, con nuestro ego vapuleado en el Alphubel reflejado en nuestras caras.