Decidiendo cerca del Lysjoch. Al fondo el Lyskamm.
Igual recordaréis que en mi post “Terroristaâ€, de hace unos meses, hablaba del Lyskamm y de cómo me cohibÃa, de cómo lo habÃa contemplado y fotografiado desde casi todas las vertientes posibles. Y también recordaréis cómo casi imploraba, medio en broma, que alguien con más solvencia alpinÃstica que yo y que mi grupo habitual me llevara al Lyskamm como segundo de cordada, como “montañero escobaâ€. Ya en el 97 nos planteamos subirlo, y lo dejamos correr. Hace dos años pasó lo mismo cuando subà con Pep al Cástor por su vÃa sur, la del Quintino Sella (ya lo habÃamos subido el 97 desde el Mezzalama, desde el oeste), y volvimos a rajarnos... Pues resulta que a mediados de este mes de julio mi amigo Juan Carlos, no sé si de resultas de leer mi post o no, porque no me lo ha dicho, acabó por recoger “el guante†que lancé en su momento. Juan Carlos VizcaÃno es guÃa profesional de montaña e instructor de alpinismo, escalada y barrancos por la ECAM, cofundador de la escuela Sherpa y con experiencia dilatada en alta montaña de la de verdad, que incluye una ascensión al Cho Oyu por su vÃa normal tibetana hace poco más de dos años (hay un enlace a su escuela en mis links favoritos). El caso es que me propuso ir conmigo a los Alpes, porque tenÃa una actividad a finales de julio que habÃa sido cancelada y le apetecÃa ir para allá. “Escoge el objetivoâ€, añadió. De inmediato me empezó a hervir la cabeza y me lancé a mis ya variados recuerdos alpinos y al libro de referencia para tantos de nosotros, “4.000 de los Alpesâ€, de Richard Goedeke. Son tantas las cimas alpinas que creo sinceramente que están por encima de mis capacidades técnicas y psÃquicas, e incluso a veces fÃsicas... Eché vistazos rápidos a picos como la Jungfrau, el Mönch o el Finsteraarhorn, cimas con las que no he llegado a atreverme pese a tenerlas muy a mano, ya sea por cuestiones más o menos objetivas, como en el caso del Finster, o subjetivas, como en el del Mönch. En un momento determinado de nuestras negociaciones Juan Carlos mencionó el Cervino, y le hice notar que yo no estaba preparado para mil metros de escalada, por sencilla que fuera, lo que entendió de inmediato. Yo le hablé del Lyskamm, una montaña que me tenÃa el corazón robado desde hacÃa años y que, convenientemente acompañado, me sentÃa capaz de ascender. Tuvimos una digresión con el Weisshorn, de lÃneas tan puras y bellas como el Matterhorn, pero la revisión de las reseñas y de algunas fotos nos hicieron ver a los dos que también me superaba: 1.500 metros de ataque, con una interminable arista de roca en IIIº y mixto, y al final una cresta de nieve helada, empinada y afilada como un cuchillo puesto de punta... Llegué a poner un correo en inglés al refugio de Weisshornhütte preguntando por las condiciones de la ruta, que no llegaron a contestar... Y entonces presioné con el objetivo que me ocupaba la cabeza desde el principio de la oferta: el Lyskamm, el codiciado, el quizás no demasiado técnico pero bellÃsimo y muy serio Lyskamm... Juan Carlos, que no lo habÃa subido nunca, accedió.
Aquà estoy en el Ludwigshöhe el pasado jueves 23.
Tras varios dÃas de consulta agónica a las diversas webs meteorológicas que pululan por el cibermundo, y de mover incluso veinticuatro horas las reservas que tenÃamos en el Gniffetti y en el Quintino Sella (porque nuestro objetivo inicial era la travesÃa completa este-oeste de la montaña), nos convencemos de que la semana que Juan Carlos tiene operativa, la del 20 al 25 de julio, viene inestable en su parte central. Pero acabamos marchando el martes 21 y pernoctando en el Gniffetti el miércoles 22, tras soportar en la aproximación una breve y violenta tormenta. El jueves 23, la mañana ya se levanta girada por los intervalos nubosos crecientes y el viento de sur potente y regular, y acabamos subiendo al Ludwigshöhe completamente a oscuras y agarrándonos al terreno como lagartos para no salir volando... Es la única punta italiana del Monte Rosa, junto con el Corno Nero, que no he subido nunca, y como Juan Carlos no ha estado nunca por aquÃ, pues le da igual, la verdad (le habÃa hablado de la Parrotspitze, que subà en el 97, a mi juicio la más hermosa y solitaria de la zona, pero la méteo no permitÃa grandes virguerÃas, la verdad...).
Juan Carlos en el filo de la gran joroba de entrada a la arista.
Lo que sigue es un extracto casi literal del relato-reseña que he escrito estos últimos dÃas de la actividad del pasado viernes 24 de julio en el Lyskamm. Está redactado en presente, que es como acostumbro a escribir este tipo de cosas...
“A eso de las 8 estamos ya en la zona del Lysjoch. No hemos hablado apenas del Lyskamm durante la subida, dejando yo que sea Carlos quien decida si las condiciones merecen probarlo; de hecho, voy perfectamente mentalizado de hacer la Parrot, o llegarnos hasta el fondo, hasta la Zumstein, y quizás marcarnos una propina como el Corno Nero de bajada, desde ayer la única punta que me falta del Monte Rosa italiano. Pero el caso es que, en una parada, Carlos me dice que vayamos a probar el Lyskamm, que el dÃa parece adecuado: ni una nube y brisa muy moderada, a ratos inexistente (hoy de norte básicamente). Yo sé que esta montaña me impresiona, que me ha impresionado siempre, y que por eso sólo me la he planteado como objetivo yendo acompañado por un profesional. Y que mi desconocimiento en el uso del material me agobia... Pero hemos venido a esto al fin y al cabo, ¿no?... Sin dudar apenas le digo que vale, y atravesamos el “plateau†hasta el pie del principio de la arista, esa impresionante y afilada joroba blanca que ya he visto de lejos unas cuantas veces. Desde más cerca, se aprecia la huella trazada en su mismo filo, y que quizás no sea tan inclinada... Dejamos los palos y nos metemos en ella, piolets en ristre. Son las 8:40. De inmediato se inclina hasta al menos 45 grados, y también de inmediato gana una enorme prestancia aérea a los lados. Pero la huella está bien trazada y avanzo cómodo detrás de Carlos, encordado cinco o seis metros por delante de mÃ. Apoyamos en ambos piolets y avanzamos con algunas paradas brevÃsimas pero regulares, porque la verdad es que cansa. Voy concentrado, pero me doy perfecta cuenta de lo que se abre a los lados y, pese a ir tranquilo, me digo a mà mismo que es impresionante...
A la derecha, la llamada Cima di Scoperta, punto culminante de este hombro este del Lyskamm.
Luego disminuye la pendiente y acabamos en tramos que ascienden muy suavemente. El patio es tremendo, de verdad, el patio más bárbaro al que me haya enfrentado nunca, pero a la vez me siento contento de estar allÃ. Llegamos a una primera elevación marcada, afiladÃsima, la llamada Cima di Scoperta (4.343 m.), que es el punto culminante de todo este largo y mayoritariamente horizontal hombro este del Lyskamm. La alcanzamos básicamente por la izquierda de la arista, vertiente sur, siguiendo una huella trazada sobre la parte alta de una pendiente vertiginosa; pero al menos podemos apoyar con comodidad el piolet derecho sobre el trozo de pendiente que nos separa del mismo filo. Lo más fuerte viene después de esta cima o elevación secundaria, donde el terreno es más o menos horizontal pero siempre ligeramente ondulado. Ahora se avanza en general por la derecha del filo (lado norte), con los crampones apoyados sobre la parte alta de este flanco totalmente brutal que cae sobre el Grenzgletscher, la vertiente suiza. La confianza en ellos y la seguridad de su uso ha de ser total, total del todo. Y siempre con un piolo o los dos asegurando el paso. Pero lo más bestia son algunos tramos que discurren estrictamente por el filo, por una traza de dos palmos escasos de anchura más allá de los cuales no hay más que vacÃo blanco de cientos de metros, sobre todo hacia el norte. Pasamos como funambulistas, contrapesándonos con los piolets, que aquà no se apoyan, sino que sólo están para una detención fulminante en caso de resbalón. ¿Es posible detenerse aquà en caso de resbalón?, pienso yo en ciertos momentos... Por suerte me deshago casi de inmediato de estos razonamientos negativos, quizás usando sin darme mucha cuenta los protocolos orientales de concentración, lo que en realidad vengo haciendo en la montaña desde hace mucho tiempo: el ahora, el ahora total, el avance a cada paso sin que exista ni el paso anterior ni el posterior, sólo este paso de este momento, este paso donde se concentra toda mi existencia porque toda mi existencia depende únicamente del paso que estoy dando en este preciso instante... En cierta manera es una sensación asombrosa, casi relajante a pesar de la tensión de la concentración... Me aplico a esta tarea circense con la precisión de un funambulista experto, sin la menor vacilación. Luego viene algún tramo de progresión por la derecha, lo que permite apoyar los piolets (o más bien clavar de punta al menos uno de ellos, el izquierdo, el del lado de montaña), y luego algún tramo más de “equilibrioâ€, tanto fÃsico como mental, añadirÃa... Avanzamos sin seguros intermedios, en puro y simple “enssembleâ€: no es difÃcil, la verdad, pero la exposición es total... También consigo alejar muy deprisa de mi cabeza esta sensación de vulnerabilidad gracias a la concentración total en cada movimiento...
Lo que vamos dejando atrás, pasada la Cima di Scoperta.
Asà vamos avanzando, despacio pero sin pausas, hasta que en un momento dado yo no sé si mi concentración mental desfallece, o si simplemente se ve vencida momentáneamente por la sensación de no saber exactamente qué hago jugándomela allà de esta manera... La proximidad de Carlos me confiere una confianza enorme, pero no puedo evitar pensarlo a ratos... El caso es que trato de recolocarme con la mano derecha los bucles de cuerda que llevo cruzados en el pecho, cuya holgura me molesta, y en esto suelto el piolet derecho, el martillo piolet... El que no lleva ni cinta ni dragonera pasada por mi muñeca... Una circunstancia en la que sólo pensé momentáneamente antes de entrar en la arista y que mencioné en ese último momento, y sobre la que Carlos me dijo que ya lo arreglarÃamos cuando el terreno se pusiera más complicado... Desaparece de inmediato por la vertiginosa pendiente hacia el Grenzgletscher, cientos de metros más abajo. Me quedo unos instantes allà parado, viéndolo caer, miro a Carlos y le digo despacio: “ostras, he perdido un pioletâ€... Antes de que acabe la frase, Carlos ya está montando una reunión con uno de los suyos delante de mÃ, casualmente en el único lugar de la arista mÃnimamente ancho, al menos lo suficientemente como para sentarse un poco, y además con un zócalo visible de roca que asegura la solidez del lugar. Me reúno con él y de inmediato me prepara una reunión con mi piolo “supervivienteâ€, mi Charlet corto habitual (el de pala), mientras me dice que me va a dejar aquà bien asegurado y que le deje intentarlo a él, que cree que en una hora estará de vuelta... “Por supuestoâ€, le digo, “aquà me quedo esperándoteâ€... Tardo un poco en darme cuenta de que esto supone mi despedida de la cima del Lyskamm... pero cuando lo hago quizás me siento hasta algo aliviado.... Qué complicada es la mente humana... La verdad es que ver caer mi piolet me ha descompuesto la concentración con la que en general he avanzado hasta aquÃ, me la ha descolocado, y eso ha henchido mis dudas y miedos, la respuesta cómoda a los cuales es detenerse, no seguir asumiendo el reto... Me quedo allà con mi mochila y la de Carlos aseguradas también, y de inmediato él arranca con sus dos piolets, moviéndose a pelo pero ciertamente más deprisa que conmigo (son las 9:40). Pienso que, total, si cae de poco o nada le iba a servir yo.... Mejor solo que mal acompañado, que dicen. La verdad es que me quedo muy tranquilo, sin pensar en la pérdida de la cima como en algo de lo que lamentarme. Allà estoy, con los crampones y las rodillas hincados en la vertiente suiza, mirando hacia el sur por encima del filo como por encima de una especie de bestial balaustrada asomada a la luz mediterránea del sur...
Juan Carlos inicia en solitario los últimos 180 metros.Yo me quedo aquÃ.
En un rato consigo encenderme una pipa sin haber cambiado aún de posición... Estoy relajado, de verdad relajado, mirando de vez en cuando cómo va la progresión de Carlos. En un momento determinado, al final del tramo más o menos horizontal de arista, le veo progresar con técnica de piolet tracción por una rampa tremendamente empinada... “Allà no eres nada sin dos piolosâ€, me digo. Más tarde cambio de posición y me siento más cómodamente, mirando hacia el norte. El panorama es fastuoso y lo voy fotografiando... Puntas italianas del Monte Rosa, la Dufour, el Strahlhorn, el Rimpfishhorn, el Alphubel, el Dom, al fondo la pirámide del Aletschhorn, más a la izquierda la lÃnea purÃsima del Weisshorn y luego la Dent Blanche... Algunos de ellos, viejos y queridos conocidos. Por debajo, casquetes inmaculados, cascadas de seracs, caos de grietas inmensas, descomunales rÃos de hielo, el del Gorner, el Grenz... Es tremendo, tremendo... Me digo a mà mismo: “pues ésta es tu cima, chico, es lo que hay...â€. FotografÃo casi en picado mis botas clavadas sobre el vértigo en el que se ha precipitado hace un rato mi piolet... Me asaltan a veces pensamientos extraños, incluso nefastos, pero que no parecen afectarme Ãntimamente sino ser más bien ejercicios de estilo... Cosas como qué fácil serÃa acabar con todo aquÃ, o cómo saldrÃa de aquà si, por lo que sea, Carlos no vuelve... Ejercicios suaves de masoquismo mental a los que tan aficionado he sido a lo largo de mi vida, por suerte cada vez menos, creo... Pensamientos ciertamente nefastos pero que no parecen alterar mi tranquilidad interior, quizás porque son falaces y lo sé, trampas de la mente que observo a distancia, porque no tengo ganas de acabar con todo, porque es evidente que Carlos va a volver y porque posiblemente fuera capaz de volver solo, supongo... Incluso pienso, con una serenidad pasmosa, en cómo debe ser la sensación de caerse por este abismo, en cuánto puede transcurrir hasta el golpe fatal que te sumerja en la paz eterna, en qué puede llegar a pasar por tu cabeza durante ese trayecto sin retorno... Consigo encenderme otra pipa y me digo a mà mismo que escribiré algo en mi blog sobre esta experiencia. Miro de vez en cuando hacia los 180 metros de montaña que se han quedado en el tintero, y a Carlos progresar por ellos, cada vez más alto e insignificante. Luego vuelvo a la contemplación, jaspeada por la convicción de que estar aquà y ahora es algo extraño y único, grandioso y absurdo, frustrante pero hermoso. Una voz de Carlos me saca de mi ensimismamiento. Bien, está arriba, porque ya no se le ve; el equipo, aunque mutilado, ha triunfado. Unos minutos más tarde otra voz me llega muy clara diciendo “ya bajoâ€, y enseguida le veo empezar a descender, en el tramo bajo la rampa final encarado a la pared y tirando de ambos piolets. “Definitivamente, allà no eres nada sin dos piolosâ€, me vuelvo a decir. Tengo algo de frÃo, llevo ya como una hora allà parado y de vez en cuando la brisa del norte viene a saludarme con la contundencia frÃa de los cuatromil y pico metros, sobrevolando este mundo alucinante de roca y hielo.
Antes de las 11 tengo a Carlos conmigo, efectivamente poco más de una hora para hacer cima y volver. Me comenta muy brevemente que es una cima muy cañera y que faltaba lo más técnico, salir del tramo más o menos horizontal del hombro en el que estamos para remontar las pendientes finales, muy tiesas y duras, superando una especie de pequeña rimaya y su pendiente superior: casi imposible sin dos piolos. Es verdad, ya lo he visto... Le digo que ha cumplido casi a rajatabla el horario previsto, a lo que me contesta que sÃ, claro, que yendo él sólo se mueve más deprisa. Juntos hubiéramos necesitado quizás el doble de tiempo, acaba añadiendo. Supongo que, en cierta manera, se ha sentido aliviado cuando un elemento objetivo como la pérdida de mi piolet ha justificado, sin lugar a dudas, que yo me quedara allÃ, permitiéndole avanzar de forma mucho más ágil y sin tener que estar pendiente de mÃ. Enseguida nos ponemos en marcha de vuelta por la arista, yo delante con mi piolo y uno de los suyos, y él con uno solo, muy cerca de mà y con la cuerda bien tensa. Me pide que avance con máxima tranquilidad y máxima concentración, y asà lo hago. De inmediato se me pasa el frÃo que habÃa pillado tras el parón de una hora. Avanzamos bien, avanzo bien... Por un rato me siento casi convencido de poder volver solo por aquÃ, aunque sepa de sobra que probablemente sea la inmediatez de Carlos lo que me hace funcionar con tanta precisión. Imagino que debo de avanzar muy sereno, porque sin dejar de hacerlo, en pleno funanbulismo, le pregunto a Carlos sobre lo correcto del protocolo de seguridad en un terreno como éste ante el resbalón del compañero: tirarse por el otro lado. Me confirma que es asà para el caso de que el resbalón no pueda detenerse casi de inmediato allà mismo, y me hace sonreÃr.... “Pues estaremos entretenidosâ€, pienso. Pero sigo avanzando bien, lento pero seguro, sin cometer un solo error, sin una sola vacilación. Carlos me dice que voy muy bien, que siga asÃ... Ya antes de mi error fatal con el piolo, todavÃa subiendo juntos, me habÃa dicho que le sorprendÃa la seguridad de mi progresión, teniendo en cuenta que estoy muy poco habituado a este tipo de terreno tan aéreo y expuesto. Bien, no digo que no lo dijera también en serio, pero desde luego él sabÃa que esa valoración iba a serenarme y a estimularme. Volvemos a pasar por la afiladÃsima y espectacular cuchilla blanca de la Cima di Scoperta, mi punto culminante en el Lyskamm. Ante algunas breves ráfagas de norte, la verdad es que no muy intensas, nos agachamos como gatos sobre la huella, con todos los hierros clavados al terreno y los músculos tensos. Seguimos para abajo, hasta encarar el tramo final francamente empinado. Lo hago de frente casi todo el rato, que es como me gusta a mà hacerlo, viendo de qué puedo morir... Salvo un minúsculo resbalón de un pie que yo mismo detengo in situ, y unos pocos metros que bajamos de cara a la pendiente porque la nieve a esta cota algo más baja empieza a estar francamente mal, todo sigue sin novedad. Cuando llegamos hasta los bastones me siento aliviado, la verdad. “Ya estáâ€, pienso.â€
Juan Carlos llegando a mi posición.
Luego nos acercamos hasta el Corno Nero, con lo que consigo rematar todo lo fácil que me quedaba pendiente por esta zona del Monte Rosa (o sea, todo salvo la Dufour, el Nordend y el Lyskamm). Para un montañero elemental es más que suficiente, la verdad, hacer dos cuatromiles nuevos, el Ludwigshöhe (4.342 m.) y el Corno Nero (4.322 m.), en dos jornadas distintas desde el Gniffetti (3.647 m.), claro, porque esa es la gracia (empalmados apenas debe haber media hora entre una cima y otra). Y haber transitado y habitado el precipicio cincelado de la arista del Lyskamm, sobrevolando los abismos de Europa. Nunca habÃa estado en un lugar de caracterÃsticas semejantes, y supongo que nunca lo olvidaré. Incluso aunque vuelva al Lyskamm y lo culmine, nunca podré olvidar esta primera vez...
Desde luego que cuando vuelva al Lyskamm o a otra montaña semejante tendré que llevar mis dos piolos en perfecto orden de revista, faltarÃa más. Muy raramente utilizo dos piolets en mis actividades montañeras, prácticamente nunca lo requieren, y mi segundo piolo “técnicoâ€, el Charlet martillo-piolet, estaba completamente “desequipadoâ€. En fin, no me lo tengáis en cuenta, los que de verdad sabéis de esto no me os tiréis encima... Ya lo sé, todo lo que me digáis ya lo sé... Y no culpéis a mi “guÃaâ€, al que apenas comenté el asunto muy brevemente (solucionado con un lógico “vale, le pondremos una cinta cuando empiece lo complicadoâ€) y que apenas tenÃa tiempo más que de preparar la cuerda para entrar en la arista y estar pendiente de mÃ... Ya he pagado mi descuido, qué cojones, me he quedado sin la cima del Lyskamm, una enorme ilusión que tenÃa... La verdad, teniendo en cuenta que no volveré a esta montaña si no es con alguien como Juan Carlos, puedo pensar que he desperdiciado tontamente una oportunidad casi única… Durante estos dÃas, este pensamiento me está asaltando de vez en cuando y me desasosiega… Pero creo que consigo controlarlo con más o menos éxito, porque hay mucho de esta salida a lo que agarrarme, mucho y bueno, mucho con lo que “consolarseâ€, que dirÃan los que piensan que estos protocolos de higiene mental son paños calientes para perdedores y frustrados. Pues no, no lo son, he tenido una de mis experiencias más poderosas de alta montaña y, al fin y al cabo, eso es lo que cuenta. Además, por una vez he vencido mis miedos a ciertas cimas alpinas, por supuesto gracias a la presencia de Juan Carlos, pero lo cierto es que los he vencido. No siempre he podido decir lo mismo al volver de los Alpes. Tal vez haya algún dÃa otra oportunidad… Dicen que siempre hay una segunda oportunidad... Sé que casi siempre hay una segunda oportunidad.
Volviendo.
Algún dÃa un Charlet martillo-piolet de finales del siglo XX, algo oxidado pero muy poco usado, aparecerá en el extremo inferior de la lengua del Gornergletscher, en las cercanÃas de Zermatt. No sé si alguno pensará que era el piolo de Hermann Bühl o de Willo Welzenbach... No creo, porque resultarÃa avanzado para la época de estos pioneros, que además seguramente no perdÃan tontamente sus herramientas. Podrá dar pie a una conversación en torno a una buena jarra de cerveza, como mÃnimo... Aunque no es ésta la única posibilidad. Cabe que una cordada que recorra hacia arriba el Grenzgletscher, tributario del Gorner, se lo encuentre dentro de no mucho por allà tirado, a los pies del imponente flanco norte del Lyskamm. Agradeceré que se pongan en contacto conmigo; es un modelo Blackbird con mango rojo y ahusado de primeros de los noventa, con el acero sin colorear, ¡y por supuesto sin dragonera!
Leà una vez a propósito del Lyskamm que alguien lo habÃa bautizado con el macabro seudónimo de “comehombresâ€, aplicado también a otras montañas que lo merecen más. Ya en el siglo XIX hubo algunos accidentes mortales más o menos sonados, gente devorada por cornisas quebradizas, catapultadas por abismos helados y vertiginosos... Bueno, bueno, el pico tiene su cosa, vaya que si la tiene, pero seguramente no merezca este apelativo de tan mal gusto… En mi caso, en mi trato directo y personal con él, yo no le llamarÃa otra cosa que “comepiolosâ€, que no es poco… Y un comedor de los finos, por supuesto, porque el material sintético de las dragoneras desvirtúa sin duda el sabor frÃo y puro del acero. ¡No sabe ni nada, el Lyskamm…!
En fin, tal vez he vuelto a ser, a nivel alpino, protagonista involuntario de un pacto protector como el que establecà hace veinticuatro años en el flanco norte del Monte Perdido, tal y como os contaba en mi post de hace tiempo “¿La identidad perdida?â€. Un pacto por el que la montaña se queda con algo mÃo que me representa, un tributo inocuo para mÃ, pero efectivo para evitarme tributos mayores y terminantes... En el Pirineo hace un cuarto de siglo que me funciona... Si es asà también en los Alpes, firmo ahora mismo.
PS.- Por cierto, Juan Carlos marcha el próximo 7 de septiembre al Himalaya, para intentar el que serÃa su segundo ochomil, el Shisha Pangma. La expedición está ultimando una página web cuyo enlace os pondré aquÃ, en mi blog, en cuanto esté lista. Espero que os interese tanto como a mÃ. Parece ser que se colgarán crónicas más o menos actualizadas, aparte de fotos y filmaciones de cómo vaya transcurriendo todo, y habrá la posibilidad de contactar de vez en cuando con los expedicionarios, mediante algo asà como un chat o “messengerâ€, que esto ya se escapa a mi escasa experiencia cibernética...
Ah, y en cuanto tenga todo el material gráfico os colgaré una galerÃa de todo lo que os he explicado. Quiero que sea completa, con la cima del Lyskamm incluida, y aún no dispongo de las fotos de Juan Carlos.
La galerÃa de fotos completa ya está en:
http://www.madteam.net/fotografia/albums/5254-lyskamm-ludwigshhe-y-corno-ner/