Si subes a los prados no te pares en ellos,
persevera y decídete a seguir más arriba,
hasta el dominio inerte de la roca y la nieve,
hasta ese punto donde los perfiles convergen.
En esa senda ardua pero también hermosa
irás por territorios despojados, desnudos
de todo lo accesorio, sin ningún envoltorio,
reducidos a su esencia más escueta.
Empápate sincero del trayecto y su entorno
configurado por sutiles equilibrios naturales,
ejemplos de una vida difícil que perdura
aferrada a la tierra pero también al cielo.
Quizás entre ambos mundos se te aparezca ella,
una menuda sombra danzante que te envuelva,
una brisa inasible cuya sonrisa fresca
puede quitar la vida, o tal vez devolverla.