Monday 23 de July de 2012, 18:35:35
Verano
Tipo de Entrada: CUADERNO | 3 Comentarios | 2668 visitas

 

 

Pues otra vez estamos en verano, qué bien... La gente suele esperar deseosa su llegada, como quien espera un momento de relax y renovación. Desde luego lo es de relax, al menos en teoría, visto el régimen laboral que solemos llevar el resto del año... bueno, los que aún conservamos un trabajo... Yo personalmente no tengo un ritmo muy frenético y siempre dispongo de bastante tiempo para mis cosas, pero reconozco que en general la gente va de bólido porque lo veo claramente a mi alrededor. La gente espera el verano con ansiedad porque es el momento de parar un poquito, relajarse y descansar. Ese mismo parón te renueva, porque te permite dedicarte tiempo a ti mismo y a tus cosas, quizás incluso reenfocar algunas de ellas. Claro está que, todo esto, siendo como es que en este país casi nos obligan a coger a todos las mismas vacaciones, puede resultar discutible: a menudo las actividades vacacionales constituyen un baño de multitudes que precisamente tranquilidad no es que aporte en exceso, sino todo lo contrario.

 

 

La gente espera el verano también para liberarse de la humedad y los fríos de otras épocas del año, dicen, para sumergirse en su “calorcito” vivificante y dejarse llevar por la reactivación que genera en el cuerpo, como un lagarto. “Por fin llega el calor”, se oye decir por ahí como quien oyera una oración de acción de gracias. Es divertido luego observar cómo algunos de los “agradecidos” despotrican ferozmente del bochorno y de las noches “tropicales” que no dejan dormir. Exclaman “¡qué calor insoportable que hace, por Dios!”, y te hacen recordar aquella célebre escena de la película “Casablanca” en la que el comisario Renau (Claude Rains), manda cerrar el local de Rick (Humphrey Bogart) por orden de los nazis, y lo hace exclamando “¡qué escándalo, qué escándalo, en este local se juega...!” Claro está que él no tenía ni la más remota idea ni había jugado jamás en el casino “pirata” del local, ajajaja... A veces parece que la gente o tiene muy mala idea o es simplemente idiota... Pues lo mismo con el calor del verano, porque es que nunca hace demasiado calor en verano, por descontado, y cuando aprieta resulta intolerable y escandaloso... En fin, yo siempre he evitado estas contradicciones sabiendo sencillamente la cantidad de calor que llegará a hacer en nuestros veranos y no anhelándolo en absoluto... Soy mucho más una persona de fresco, e incluso de lluvia siempre que no me coja demasiado desprotegido ni me dinamite una actividad. Y supongo que por eso, entre otras cosas, anhelo poco la llegada del verano, y cuando llega suelo anhelar que se acabe cuanto antes.

 

 

La gente se lanza en verano al exterior, aprovechando por una parte su disponibilidad de tiempo – lo que es una prueba del mal diseño de nuestro régimen de trabajo -, y por otra parte la climatología “benigna” (así la llaman, creo...). Lo hacen casi con urgencia, como si el resto del año la atmósfera del planeta fuera como la de Marte (recordad qué ocurría cuando en la película “Desafío total” uno salía al exterior sin escafandra). La gente se lanza, por ejemplo, a las playas. En el caso de las mediterráneas, que son las que tengo al lado de casa, tal actividad implica mucho más que un baño de multitudes, implica el tener que permanecer bajo un sol africano y sobre una sartén que te asa las plantas de los pies y te obliga a untarte en aceite para sobrevivir (¿o para acabar bien “hecho”, como un filete?). La alternativa a la fritura es el baño, a menudo en un agua demasiado caliente y que refresca muy poco, y cuyo escaso efecto refrigerante desaparece a los cinco minutos de haber vuelto a la arena. Además, hay que desenvolverse en aguas a veces inexplicablemente turbias sobre las que suelen flotar irisaciones de los vertidos de protector solar de los bañistas... Esto no vale exactamente igual para algunos parajes de la Costa Brava, es verdad, donde el agua suele estar siempre limpia, aunque casi igual de caliente... En ellos la sartén de la arena se transforma en el suplicio de las piedras, cortantes y ardientes como cuchillos al rojo. En fin, en las hermosas playas de mi tierra no existen muchos de estos problemas, y por eso las prefiero mil veces en verano: la arena no llega nunca a quemar, el sol casi siempre es europeo, siempre hay brisa, y el agua suele estar siempre muy fresca y limpia salvo cuando el oleaje la enturbia de forma natural. Y algunas son tan grandes que siempre están medio vacías.

 

 

  

La gente se lanza también a la montaña, por descontado. A veces me da por pensar que el resto del año viviéramos en Holanda, por ejemplo, y que en verano nos teletransportáramos todos a Suiza por arte de magia... La gente se acuerda de que la montaña existe, e incluso se lanzan a ella personas que ni la pisan el resto del año, que “viven en Holanda”... Se organizan tropecientas actividades excursionistas, ascensiones, rutas, circuitos... Los lugares conocidos y emblemáticos del Pirineo pueden quedar literalmente atestados. Es verdad que esto tiene solución, y la prueba son algunas de mis actividades de montaña estival, como las Frondiellas por Arriel de hace dos años; la trasera del Bachimala, o el Beraldi por la Aigüeta de la Vall, del verano pasado; o la Tusse de Remuñe por el valle de Remuñe de hace unos pocos días. En realidad la mayoría de la cordillera sigue casi vacía incluso en pleno verano, aunque no lo parezca, y se trata solamente de buscar el lugar adecuado. De todas formas, ni siquiera el dar con un lugar solitario garantiza la desaparición de otras circunstancias, como el exceso de calor o las interminables extensiones y pendientes de piedras y escolleras... En este aspecto, algo también se puede hacer: por ejemplo evitar sistemáticamente los macizos de granito (no sólo en verano sino también cuando la innivación es inexistente), lugares como el macizo de Aneto, los Bisiberris o el entorno de Aigüestortes... Estas montañas se desmoronan en enormes extensiones de escolleras casi intransitables, agotadoras e incluso peligrosas, lo que no ocurre en la montañas calizas o calcáreas; éstas se desmenuzan en tarteras de piezas más pequeñas o en zócalos... Eso sí, siempre hay piedras, en mi opinión demasiadas piedras... Sospecho que hay que ser masoquista para disfrutar recorriéndolas durante demasiado tiempo. Sólo determinadas rutas que pueden ser peligrosas con nieve justifican comerse más escolleras y piedras de la cuenta: es el caso de la Gran Diagonal al Balaitús del verano pasado, en la que además estuvimos casi solos.

 

 

A mí desde luego que me gusta mucho más la montaña nevada. Al margen de las cuestiones térmicas, una buena capa de nieve homogénea y mínimamente consistente facilita cualquier progresión tanto para arriba como para abajo. Es verdad que es más peligrosa, desde luego, y este aspecto quizás cada día me preocupe más y explique que cada vez menos me meta en grandes singladuras invernales: los aludes cada día me asustan más... Pero así todo la sigo prefiriendo nevada. Los descensos son especialmente placenteros, nada que ver con el estrés continuo de las bajadas en seco para piernas y pies; quizás el estado de mis pies influya en esto, claro, porque tras muchos años de actividad y a mi edad, más alguna antigua lesión, cada vez están más delicados... Pero es que además, en mi opinión, la montaña estival, al menos la pirenaica, manifiesta con rotundidad su condición de enorme ruina, de interminable campo de derrubios, de resto de un cataclismo... Y es que es verdad, es exactamente eso lo que son las montañas, restos de cataclismos. Hay que ser muy consciente de ello, pero no me resulta placentero tener que constatarlo: la montaña nevada conserva una imagen primigenia, aparentemente aún no mancillada por los inflexibles procesos naturales, mientras que sin nieve es una patente manifestación de degradación. Insisto, hay que saberlo y lo sabemos, pero no tenemos por qué disfrutar contemplándolo... Hay también solución a esta sensación, como buscar montañas que ni en verano pierdan sus nieves y hielos a partir de ciertas cotas; es la razón por la que me gusta irme en verano unos días a los Alpes, siempre que encuentre compañía y disponga de presupuesto y fuerzas, cosas que no siempre ocurren.

 

 

  

Sí, en verano el clima es bueno y los días son largos... Y además hay tiempo, y hay que matarlo de alguna forma, dicen... Muchos se embarcan en travesías pirenaicas de varios, a veces bastantes días, recorridos a medida o incluso reglados, con sellos en la tarjeta de ruta y camiseta de regalo... Conozco a bastantes personas que dedican una parte de sus vacaciones estivales a este tipo de cosas, e incluso algunas me ofrecen acompañarlas. Casi siempre les digo que no. No sé si tendría fuerzas suficientes para estar caminando siete días seguidos a razón de 6 u 8 horas diarias, no lo sé porque no lo he hecho nunca, aunque es probable que no tuviera problema. Otra cosa sería la resistencia de mis pies, aunque no hay nada que no pueda solucionarse con un dopaje suave cuando sea necesario... O mi paciencia, y eso es más preocupante porque no se repone tan fácilmente con ibuprofenos... Lo que casi seguro que no tendría arreglo sería mi percepción del asunto: días pisando piedras, qué horror y qué aburrimiento, pasando más calor de la cuenta y probablemente viendo a más gente de la que desearía... Si me aburro no funciono y además mi paciencia se resiente, y eso puede ser algo muy malo... No soy en realidad un "caminador", sino más bien un “subidor-bajador”, y preferiblemente sobre nieve... Mis energías, lógicamente limitadas, debo focalizarlas sobre lo que de verdad me estimula y no dispersarlas en actividades para mí de relativo interés, a veces simplemente porque “hay que llenar las vacaciones”: las vacaciones ya se irán llenando, o no, no tiene importancia. A menudo olvidamos el placer del “dolce far niente” y parecemos obligados a hacer algo en vacaciones, lo que sea... Pues no, no me da la gana, ajajajaja..... Estos circuitos estivales consistentes en estar unos cuantos días pisando piedras y sin poder tomarte ni un día intermedio de relax me agobian; mi trekking estival ideal consistiría en dos días de actividad, a ser posible el segundo sobre nieve, luego un día de cervezas y contemplación, luego uno o dos más de actividad, luego más relax...; quizás empalmar dos ascensiones consecutivas desde una misma base, a ser posible también sobre nieve... En fin, planes que sólo he podido materializar de vez en cuando, y por supuesto en los Alpes... Aunque, con sinceridad, los Alpes en verano no son el lugar ideal para perderse “alejado del mundanal ruido”, ajajaaja.... Al menos con mi nivel de conocimiento del terreno, sin duda infinitamente menor del que tengo del Pirineo, donde empiezo a conocer sus recovecos.

 

 

  

En cualquier caso, esa especie de “pulsión” que a todos nos lleva hasta las montañas la experimento yo de manera muy regular durante todo el año, y procuro irla aplacando según viene. No puedo dejar de tastar la alta montaña al menos una vez al mes, es la dosis mínima, sea cual sea la estación del año y la climatología. Esto, que me ocurre desde hace muchos años, me ha permitido amar la montaña invernal, o al menos innivada decentemente, y me evita la urgencia de tener que redoblar la actividad cuando llega el verano, aprovechando unas supuestas buenas condiciones que en realidad me resultan adversas. Para rutas un poquito ambiciosas en el Pirineo me gusta especialmente la primavera, porque te permite hacer aproximaciones casi sin nieve, pero luego, en cotas medias y altas, la montaña conserva el manto inmaculado que la hace realmente bella y deseable... Y transitable, añado. Siempre que la estación no esté demasiado avanzada o haya habido un golpe de calor concreto, la nieve se aguanta bien, consistente, y encima suele haber desaparecido de zonas de cresta o pasos de grimpada que con mucha nieve y frío podrían convertirse en mixtos peligrosos. Es una delicia y da mucho juego.

 

 

  

Llega el verano y voy a la playa lo justo, cuando las condiciones concretas me atraen, y si no no voy... Y mira que la playa, determinadas playas bajo ciertas circunstancias, me atraen con locura y puedo pasarme horas en ellas... De la montaña me siento más dependiente y siempre acabo yendo incluso en verano, pero en las dosis justas y exactas de otras épocas del año, a menos que salga algo especial... En fin, para abarrotarla porque sí que vayan otros, que yo entretanto medio “hiverno” en pleno verano y permanezco agazapado sin prisa como un leopardo de las nieves, esperando mi oportunidad mientras sesteo un poquito a la sombra, siempre con un ojo medio abierto y una oreja levantada, por si acaso...

 

 

 

  

 

PD: a continuación os ilustro una de las pocas cosas realmente chulas que pueden hacerse en el monte solamente en verano...

 



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3 Comentarios
Enviado por Fern el Tuesday 24 de July de 2012

¡Por lo menos en la última foto no se te ve completo, jajaja!

Muy interesante como siempre la reflexión y como muchas veces compartida en su mayor parte (aunque últimamente no consiga llegar ni a la salida mensual a la montaña)
Enviado por Antares el Tuesday 24 de July de 2012

Ay, amigo Gerardo, que mis palabras salen por tu boca (o dedos :) Has expuesto brillantemente lo que a mí me pasa por la cabeza respecto a esa confusión verano con vacaciones, a los elogios del calor, a los "holandeses" y tantas otras cosas. Me parece que no eres tan bicho raro o al menos ya somos dos jejejeY dicho eso, intentaré pasar el verano en la montaña :):)
Enviado por Madveras el Tuesday 24 de July de 2012

Una reflexión buenisima! :)


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