Sunday 28 de April de 2013, 18:45:35
Abajo
Tipo de Entrada: CUADERNO | 1422 visitas

 

 

La Naturaleza nos enseña cómo funciona el ciclo eterno de la vida, en qué dirección su fuerza progresa y decae y vuelve a progresar. Lo hace cuando la incipiente parálisis invernal va avanzando durante el otoño, desde las cotas más altas del bosque hacia abajo, transformando paulatinamente los colores de las hojas de los caducifolios en una bellísima orgía de matices, hasta despojar completamente los árboles y entregarlos a su desnudez invernal, siempre de arriba a abajo. El invierno es momento necesario de detención, de reposo, imprescindible para que la vida se dé un respiro y coja fuerzas. Pero no tendría sentido si se volviera permanente, porque entonces se convertiría en muerte.

 

 

 

El sentido del parón invernal se comprende cuando la Naturaleza nos muestra el camino inverso, cuando en primavera la oleada de verdor de las hojas nuevas avanza desde las cotas más bajas, remontando las laderas del bosque hacia arriba, venciendo al invierno todavía instalado en lo más alto.

 

 

 

Abajo está la fuerza, la vida resurge desde abajo, la Naturaleza nos lo enseña. Siendo como somos parte de ella, siendo como somos los humanos algo así como una comunidad boscosa en una ladera, ¿por qué no lo entendemos? Nada nos vendrá permanentemente desde arriba que no sea detención y parálisis, una forma de morir... La energía vital, los “brotes verdes”, sólo puede originarse en las cotas más bajas y extenderse como un alud invertido hasta lo más alto, impregnando de vida el bosque. Ninguna resurrección vendrá desde lo alto. Ésta es la “ley” natural que lo rige todo, y también a nosotros. Y es como debe ser. Y luchar contra ella supone luchar contra la evidencia de las cosas y estrellarse una y otra vez contra ellas, supone condenar al bosque a un funcionamiento alterado que sólo genera disfunciones y violencias, y que puede impedir cualquier futura floración y matarlo.

 

 

 

Y es que la Naturaleza también nos enseña cómo, bajo determinadas circunstancias, una chispa cualquiera puede aportar soluciones de emergencia, traumáticas: el fuego purificador que lo arrasa todo, que sustituye todos los árboles, que hace “tabla rasa” y acaba enriqueciendo el suelo con las cenizas para una futura generación de árboles, para un nuevo bosque dentro de tal vez mucho tiempo... Un nuevo bosque pletórico, quizás... Pero que exige la aniquilación de toda una generación de árboles, del bosque completo, de todos los especímenes en todas las cotas de la ladera. ¿Tomaremos nota de que el bosque que formamos ahora sólo pervivirá si se ajusta a las leyes naturales, permitiendo que los flujos vitales emerjan desde abajo? ¿O es que tendrá que arder todo?

 

 

 




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