Es una tierra lejana y hermosa,
como todas las tierras que se precien.
Es una tierra mágica, como todas las tierras que se precien,
porque ha entrado en mi vida conforme a series numéricas
de apariencia extraña e indescifrable, pero cierta.
El hielo ha desmenuzado sus perfiles rocosos,
trabajando durezas y texturas diversas,
cincelando aristas, torreones y lomos,
o excavando lagos y cuencas de morrenas.
Es una tierra como tantas se extienden en mi patria
de arroyos y de pastos y bosques y montañas.
Es como todas ellas, pero propia y distinta
como cada una de ellas lo es en su belleza,
una belleza absorta, innegociable y plena.
Granito desbrozado a golpe de compás,
a diferencia de otros granitos pirenaicos,
porque de un solo centro emana esa estructura
de nervaduras pétreas y radiales que descienden
hasta un mundo soñado de lagos y praderas,
de pinos, y de abetos y hayedos y abedules.
En el noventa y cuatro fui para estrenar tu nombre,
conocerte de cerca y comprobar in situ
la resonancia exótica de tu estirpe gascona.
Era un mayo tempestuoso y turbio
que probó de verdad mis ansias de alcanzarte.
En el dosmil cuatro me entretuve en tus flancos
un día de verano, fresco como el océano
que suele revestirte de gasas intangibles.
Y en el dosmil catorce he vuelto a tu regazo,
ahora sí con la luz deslumbrante del estío
mostrando tus filos y neveros longevos,
dándome el Pirineo en ofrenda completa.
Sí, una secuencia numérica que ha resultado exacta
en sus precisos intervalos de metrónomo.
Espero acelerar sus implacables ritmos
y estrechar nuestro amor, ese latido.