Los comentarios que hemos hecho entre varios a una foto de la galerÃa del Bachimala de “Comhofaelventâ€, donde sale la campa del Sarrau con su cabaña, han hecho aflorar una serie de reflexiones que me parecen muy interesantes, sobre las que me gustarÃa dar unas vueltas tranquilamente, como un águila sobrevolando su territorio de caza. Pero no voy a utilizar la estrategia de mi último post… porque al final os voy a cansar y me diréis que resulto más sombrÃo y aburrido que una corneja afónica. Quizás deberÃa intentar convertir todo este batiburrillo en un cuento…
Antes de nada, muy brevemente y para los que no lo sepáis, os diré que El Sarrau es una campa no muy grande y casi horizontal situada a 2.000 metros al norte del refugio de Viadós. Se atraviesa inevitablemente cuando se sube por el sendero desde el refugio hacia
El Sarrau es uno de esos lugares, en mi modesta opinión, que sobrecogen por su belleza, por su soledad, por su grandiosidad, por su dulzura, por su armonÃa, por su bravura... O por todo ello a la vez. O, ante todo, por la paz que parece irradiar. Esto es importante, porque, quien más, quien menos, salvo que tenga espÃritu de hoplita y le guste la brega, lo que busca en realidad es paz.
Todo esto lo experimenté de forma especialmente intensa en el Sarrau en marzo de 2002, cuando mi penúltima ascensión al Bachimala. Ya habÃa pasado por allà otras veces, de noche todavÃa, a media mañana, en una tarde luminosa, bajo la nevada… Pero fue entonces cuando lo percibà claramente, quizás porque Pep y yo decidimos subir a instalarnos allà en una tarde radiante que mostraba todas las joyas que nos rodeaban, una tarde deliciosa dedicada a la contemplación, y quizás incluso a la meditación. Y al volver a pasar por allà hace apenas diez dÃas, he llegado a la conclusión de que la vertiente del Posets fue creada para ser contemplada, que su razón de ser es que siempre la contemple alguien. ¿Y qué mejor sitio que desde el Sarrau?
"HabÃa una vez un hombre que vivÃa solo en una pequeña cabaña, pequeña y modesta pero ubicada en un lugar maravilloso, una campa situada a media subida de un enorme lomo herboso, con un arroyo próximo y un imponente circo de montañas en casi todas direcciones. Su vida era sencillÃsima, limitada a cuidar de su escaso ganado y a contemplar lo que le rodeaba. Pese a la poca relación que tenÃa con los demás, era un hombre afable al que le gustaba charlar con los pocos caminantes que aparecÃan de tarde en tarde por el paraje.
La nieve de la última nevada se ha colado en el interior de la cabaña del Sarrau, pues qué fastidio… Bueno, con un poco de buena voluntad y un ratito de pala puede arreglarse, porque lo que no harán es vivaquear ahà afuera, con la rasca que pega. Además han estado toda la jornada trasegando con una nieve honda y pegajosa como si se tratara de un gigantesco membrillo albino, y están cansados. Este lugar, además, es tan bonito… Al este, el soberbio flanco occidental del Posets se yergue como un gigante alpino y brilla como un diamante al sol cálido de la tarde, ya en declive. No apetece bajar hasta Viadós o Tabernés. Es una delicia quedarse aquà un rato, relajados, cenar algo y esperar a la noche reparadora. Total, llevan todo el material de pernocta encima después de la travesÃa, y no tienen que volver a casa hasta el dÃa siguiente.
Una tarde soleada de primavera llegaron dos caminantes a la cabaña. ParecÃan cansados, o asà lo pensó el pastor, que les ofreció algo de comida, unos tragos de vino y un rato de conversación. Ellos aceptaron encantados. Pero sorprendidos por encontrar a alguien allà instalado, enseguida hicieron derivar la charla hacia las razones de su anfitrión para vivir allÃ. Él era un hombre sencillo y confiado, y no tuvo ningún problema en contestar con sinceridad que siempre habÃa vivido allÃ.
- ¿Y no echas de menos el mundo? – le preguntaron.
- Esto es el mundo – contestó de buenas maneras, pero a quemarropa, el pastor. – Si lo contempláis atentamente lo comprenderéis.
Durante la noche el cielo se ha cerrado de golpe y nieva fuerte desde hace un buen rato. Pero en la cabaña se está bien, la verdad, pese a que su interior sea muy exiguo y apenas se pueda estar de pie. El noroeste, intenso, sopla al exterior, pero en un momento de duermevela otros ruidos en la entrada se superponen al del viento. Cuando se incorporan en los sacos y consiguen encender los frontales se encuentran con un hombre en la puerta, un hombre ya de cierta edad, bien abrigado pero que no va vestido como un montañero; desde el umbral, a su espalda, se cuelan los copos racheados de la ventisca.
- Buenas noches, por decir algo... ¿Se puede pasar?
En un rato están los tres instalados, preparando una infusión y charlando. Total, la bajada de mañana hasta el coche no será demasiado larga, a pesar de la que está cayendo en esta cota, y el forastero tiene ganas de conversación.
- Pues resulta que yo vivo aquÃ... – Ante la mirada atónita de los montañeros, el recién llegado parece verse en la obligación de continuar. – Bueno, paso la mayor parte del año, salvo en los momentos de grandes nevadas, que me instalo en casa de un amigo en Gistain. En cuanto puedo vuelvo a subir.
Al cabo de un rato de proseguir la conversación, la confianza adquirida da alas a la curiosidad de los montañeros, que ya van comprendido con claridad que este hombre no cambiarÃa su vida, pero no pueden evitar el preguntar.
- No siempre he vivido aquà – responde por fin tras unos instantes de zozobra. - Aunque hace tanto que estoy que ya ni me acuerdo. Supongo que estoy aquà por que me gusta, porque es un lugar con magnetismo, y porque nada ni nadie me espera allà abajo… Ah, y también porque una vez alguien, aquà mismo, hace mucho tiempo, me dio que pensar…
- ¿Y no echas de menos el mundo?
- Esto es el mundo – contesta de buenas maneras, pero a quemarropa. – Si lo contempláis atentamente lo comprenderéis.
Los caminantes se despidieron del pastor al cabo de un par de horas, en las que estuvieron conversando casi sin parar, y reemprendieron el descenso hacia el fondo de Viadós. Mientras bajaban no intercambiaron palabra, y eso que, como mÃnimo, el paisaje se hubiera merecido exclamaciones casi continuas... El flanco del Posets, las cimas de los Eristes en lo alto de su pequeño circo, los bosques y los pastos de altura a los pies de roquedos y neveros, la compleja mole caliza del Cotiella cerrando hacia el lejano sur los panoramas... ParecÃan enmudecidos... Quizás se habÃan quedado sin palabras, o ya habÃan dicho y oÃdo todo lo que tenÃan que decir y oÃr.
La mañana se despereza luminosa después de una noche de nevada casi continua. Aunque hay bastante nieve en el terreno, los tres salen a desayunar al exterior. El entorno es espectacular y hay que tomarse un buen rato de respetuoso silencio para apreciarlo y disfrutarlo como se merece. Con el estómago por fin caliente, se reanuda con naturalidad la conversación de la noche, quizás donde se quedó...
- ¿De verdad no piensas dejar nunca esto, pase lo que pase?
- Hombre, pase lo que pase no sé, pero en lo que de mà y de mi voluntad dependa, tengo la intención de vivir aquà hasta morir. - Los dos montañeros se miran de reojo, gesto que no escapa al hombre del Sarrau. - Ya os dije que nada ni nadie me espera allá abajo.
- La verdad, yo no podrÃa prescindir de algunas cosas... – añade uno de los montañeros. – No sé... Salir a tomar algo, ver a la gente, ver una buena pelÃcula o disfrutar escuchando un disco... Incluso algunos dÃas trabajar un poco, fÃjate...
- O estar con mi chica, qué demonios... – añade el otro casi con cierta urgencia. - ¿Tú tienes familia? – acaba por preguntar.
- SÃ, tuve familia.
Tras un largo silencio, el hombre del Sarrau se decide a continuar.
- ¿Sabéis? Hace tiempo, mucho tiempo, comprendà que mi vida abajo era un error. Quizás la vuestra no lo sea, o aún no lo hayáis descubierto. – Tras un breve silencio escrutador de sus dos interlocutores, prosigue. – ¿Verdad que venÃs al monte regularmente? ¿Verdad que cuando no lo hacéis os encontráis mal? ¿No habéis pensado en el porqué?
- Joder, porque necesitamos oxigenarnos… Es verdad que la vida de abajo es agresiva. - responde deprisa uno de los montañeros.
- O porque tratáis de cubrir o compensar ciertas carencias… - añade sombrÃamente el hombre del Sarrau.
- Bueno, bueno, esto de las carencias es muy relativo… Como dice un buen amigo mÃo, lo importante, estés donde estés, hagas lo que hagas, vayas o vengas, es tener poco equipaje. Eso es lo que te da libertad.
- Claro, claro, coincido con eso, desde luego… - dice el hombre del Sarrau. – Es precisamente el equipaje el que nos asfixia, el que nos impide maniobrar para cubrir las carencias que todos padecemos, en mayor o menor medida… Y esta vida monacal, contemplativa, precisamente aquÃ, me ha permitido deshacerme del equipaje. Y me ha liberado.
- Me parece una solución muy drástica, casi desesperada – dice despacio uno de los montañeros. – Hay que tener una madera especial para esto… Y además haber acabado muy quemado de todo lo demás.
Un soplo de aire en altura despega una banderola de nieve ingrávida en la arista cimera de Las Espadas. Los tres se quedan un buen rato mirándola, balanceando su mirada al ritmo de ese penacho evanescente.
Al cabo de un rato, el hombre del Sarrau vuelve a hablar.
– En mi caso, descubrà que mi vida de abajo era un error cuando me atrevà a preguntarme qué hacÃa allÃ... Trabajar en cosas que no me estimulaban, verme constantemente obligado a hacer cosas que en realidad no querÃa hacer, dejarme llevar por la rutina de un supuesto ocio que me estaba asfixiando, rodearme de gente con la que en realidad no querÃa estar, vivir con personas con las que, en el fondo, nada me unÃa, con las que no compartÃa apenas nada... Un equipaje muy pesado… Tanto que a veces puso en fuga a personas con las que podrÃa haber compartido cosas…
- Un momento, un momento... – interrumpe uno de los montañeros. – Eso no le pasa a todo el mundo. A muchos no les pasa, y a mà tampoco. Yo decido cuál es mi equipaje.
- ¿Estás seguro de eso, de verdad? Si es asÃ, eres muy afortunado… Pero, ¿no será más bien que casi nadie se atreve a afrontar la auténtica cuestión? – responde tranquilo el hombre del Sarrau. Y continúa. – Yo creo que muchas personas reconocen en sus vidas esas dinámicas perversas, pero, normalmente, a lo más que suelen atreverse es a practicar pequeñas interrupciones regulares, a huidas limitadas, a salir a oxigenarse, como habéis dicho, a recargar baterÃas para poder volver a luchar con sus miserias… Seguramente sea lo más cómodo, especialmente si todavÃa creen que las controlan... Hace falta mucho valor para romperlo todo de verdad, para darle completamente la vuelta, para tirar todas las maletas por la borda... A mà me costó mucho y lo pasé muy mal.
- SÃ, pero también hace falta a menudo mucho valor para seguir abajo con tu vida y tus cosas... Además, no tengo la necesidad de romperlo todo, como dices, y mi vida de allà tiene sentido… Al menos de momento – apostilla el que ha interrumpido antes.
- Vale – concede el hombre del Sarrau. – Entre ambos alardes de valor, has preferido el que te permite seguir con aquello… Bien, empleas tu valor en luchar en aquella guerra… – calla unos instantes antes de continuar. – Yo decidà lo contrario cuando me sentà agotado del todo y vi claramente que mi vida era un despropósito que me estaba hundiendo en la idiotez y en la depresión. Me entró una desesperación que sólo conseguà vencer viniendo aquÃ. Os lo aseguro… Es verdad que al principio me sentà aterrorizado por todo el tiempo perdido en mi vida, por la duda de si habÃa acertado con mi decisión, por el cambio drástico de escenario… Pero luego me he sentido lleno y feliz. Y sobre todo en paz – Se detiene, mira al Posets y se lo muestra a los montañeros con un suave gesto circular. – Fijaos en qué escenario...
Se lo vuelven a mirar todos, una vez más, despacio, saboreando con los ojos esos flancos de nieve fresca y virginal.
- SÃ, fabuloso – acaba por decir uno de los montañeros. – Pero muy duro. No creo que pudiera estar siempre aquÃ… Y no creo que pudiera vivir por mis propios medios, alejado de las ventajas de la civilización...
- Y yo estoy seguro de que no querrÃa estar siempre aquÃ, vivir siempre asÃ, con tanta soledad… - añade rápidamente el otro. El hombre del Sarrau no les responde, se limita a mirarles con una sonrisa afable. Y al final exclama suavemente: “Ah, la soledad, qué miedo nos da…â€.
A eso de las diez de la mañana se despiden efusivamente de su improvisado anfitrión y emprenden el sendero de descenso a Viadós. Al cabo de un ratito de empezar, ya acercándose al borde superior del bosque de pinos que cubre la parte baja de esta vertiente, se detienen para lanzar una última mirada panorámica antes de meterse entre los árboles. E inevitablemente acaban comentando lo sucedido.
- Muy agradable, pero muy pirado...
- Pues sÃ, porque ya ves qué manera de vivir...
- No sé, pienso que es el tÃpico inadaptado, o el tÃpico misántropo, o el tÃpico frustrado por una relación sentimental que se fue a la porra, o por una vida en general insatisfactoria... O todo un poco a la vez.
Desde el refugio de Viadós, con las Granjas debajo.
Siguen bajando hasta el refugio y se tumban un ratito en el prado de delante, libre de la nevada nocturna, mientras contemplan las Granjas de Viadós y el flanco del Posets. El sol de mediodÃa modela con sus precisos claroscuros las pendientes, los pliegues, las cadenas y aristas, las paredes, los valles y circos suspendidos que configuran esta vertiente soberbia. Pero va pasando el rato, mucho rato. La montaña parece que les mira.
Tanto rato que el sol empieza a caldear con sus rayos sesgados desde el oeste todos los recovecos del flanco, difuminando su estructura compleja e iluminándolo completamente, de frente, como un omnipotente foco anaranjado. Y hace también mucho, mucho tiempo, que ya no intercambian palabra, reconcentrados en la contemplación. Quizás se han quedado sin palabras, o ya han dicho y oÃdo todo lo que tenÃan que decir y oÃr.
Y la montaña parece que les mira. Y que sonrÃe complacida por sus propios encantos, confiada en que por siempre siga estando allà abajo, contemplándola, el hombre del Sarrau."
La sonrisa de la montaña, segura de sà misma.