Estas en Montaña Cuaderno de Entradas March 2009 ...lo Esencial? (y Iii) Dom Del Mischabel
Saturday 14 de March de 2009, 00:43:33
...Lo esencial? (y III) Dom del Mischabel
Tipo de Entrada: CUADERNO | 4 Comentarios | 4161 visitas

 

 

 

El Mischabel desde el norte, desde Bettmeralp, en verano del 98. El Dom es la resplandeciente punta central.

 

 

Hace ya unos meses, en mi post “¿Lo esencial?” cargado en septiembre del 2008, os “amenazaba” con hablaros del Dom del Mischabel, al que subí en agosto del 96 y que me suscitó sensaciones encontradas en la línea de lo que os explicaba en aquel post. Se trata de un buen ejemplo de cómo “lo esencial” de estar en las cimas, en nuestros paraísos personales e intransferibles, a veces cede ante otras sensaciones más inmediatas, menos “luminosas” y menos poéticas... Son momentos en que la certeza de estar disfrutando de “lo esencial” de la vida deja paso a percepciones más mundanas ligadas con nuestras “mochilas mentales”, nuestros prejuicios, nuestros miedos... Momentos en que la “esencialidad” de la experiencia en la montaña acaba “mutilada” por otras necesidades más tangibles, momentos en los que uno puede llegar a perderse allí arriba experiencias casi trascendentes porque tiene la cabeza en otras guerras... Por ejemplo, en cómo bajar de allí sin mayores problemas.

 

 

El Mischabel desde el este, desde el Weissmies, un brumoso día de agosto del 2001. 

 

En el Dom me pasó algo parecido, y, como escribí en septiembre, me parece que me “patinó” el autocontrol mental necesario allí arriba... O no, porque como también dije entonces, ¿no es en el fondo máximo autocontrol el no disfrutar a tope de una cima, no dejarse llevar por la euforia y el éxtasis, porque estás proyectando mentalmente en tu cabeza los detalles del descenso que te aguarda?

 

 

El Domhütte (en una foto no de la llegada, sino de la marcha dos días más tarde).

 

 

Si me permitís voy a hablaros un poco de ello, acompañado de algunas diapos digitalizadas de aquella ascensión (que la verdad es que no habían salido demasiado bien porque la velocidad de exposición de la cámara funcionó muy poco fina; he tenido que retocar la mayoría. Además, algunas son digitalizaciones de copias de diapos, que de por sí pierden mucho). Y con el apoyo del relato-reseña que escribí entonces (los tengo de todo el monte que llevo bajo las botas desde hace veinticuatro años...). A parte, se ha dado la circunstancia de que estos días algún forero ha pedido información precisamente del Dom, y eso me ha hecho pensar en que debería volver a subirlo un día de estos para culminar de verdad la montaña, para disfrutar al ciento por ciento la cima imponente que es de verdad, y que quizás me perdí en su momento.

 

 

Nuestro primer contacto visual directo con el Dom la tarde de nuestra llegada al refugio.

 

Aquella salida al Dom la montamos Mati, Jorge y yo prácticamente sobre la marcha, en unos pocos días de primeros de agosto, y, con apenas tiempo de cambiar algo de dinero a francos franceses y suizos. Y a mediados de mes nos fuimos para allá. Por no hacer, ni siquiera reservamos plaza en el refugio, el Domhütte, ni recuerdo haber mirado ninguna méteo concreta mínimamente en serio ni un minuto... Yo no acostumbraba todavía a reservar plaza en refugios mientras la espalda nos aguantara lo que fuera, y por entonces aún lo hacía... El caso es que nos metimos los 1.500 metros de desnivel desde Randa hasta el Domhütte (a 2.900) con unas mochilas de aproximación importantes, arrastrando tienda, material de pernocta, comida y todo lo habitual cuando cuentas con depender solamente de ti mismo. Fueron cinco horas y media muy potentes en una mañana de sol algo velado, y por eso afortunadamente poco cálida.

 

 

Vistas desde el refu.

 

 

Habíamos pensado precisamente en el Dom porque, hojeando algún libro de reseñas, habíamos entendido que su vía normal norte no tenía mayores dificultades en principio, y se trataba de una montaña potentísima y sin un solo metro de remonte mecánico, a diferencia de lo que pasa a menudo en los Alpes. Desde los 1.400 metros de Randa no hay nada para subirte más que tus piernas... Esto nos estimulaba. El año anterior habíamos estado Pep y yo en el Dôme de Neige de los Ecrins, nuestro primer cuatromil, y también sin un solo metro asistido desde el parking de Ailefroide. Este iba a ser mi segundo cuatromil, y con diferencia la montaña más cañera y alta que había afrontado jamás. Y para Jorge y Mati iba a ser su primer cuatromil, aunque bueno, Mati ya había estado más alta otras veces en trekkings por los Andes o el Himalaya (una chica siempre muy viajada, sí señor...). La preparación no fue más que un Russell que nos hicimos los tres aquel mes de julio por el valle de Salenques, en una ascensión larguísima y a ratos extenuante. “Si hemos podido con esto, podremos con el Dom...”, fue la sencilla conclusión. Y hombre, lo cierto es que acabamos pudiendo con él.

 

 

Tras la paliza de la aproximación, tarde de relax.

 

La tarde de la llegada al Domhütte, la verdad es que cansados, pudimos reservar “in situ” plazas para dos noches sin mayores problemas, de manera que un 70% de la carga arrastrada hasta allí arriba no nos sirvió para nada, pero en fin... Bueno, al menos la comida y los cacharros sí, porque cenas y desayunos no los contratamos. El caso es que esa sobrecarga en la aproximación nos sirvió, creo yo, para “entonarnos” de cara a lo que nos aguardaba al día siguiente. Pasamos lo que quedaba de la tarde en la terraza del refugio, con una temperatura agradable y nubes y claros que no nos impidieron quedar embobados con el Weisshorn, justo delante, o con el más lejano Matterhorn, hacia el sudoeste. Era la primera vez que visitábamos este valle del Matt, que la verdad es que es de una belleza prodigiosa, una mezcla exacta de orografía poderosa y de armonía, una dosis perfecta de bravura y de dulzura.

 

 

Progresando hacia el Festijoch, el punto más bajo de la cresta de la izquierda.

 

Tras el madrugón a las tres de la mañana, conseguimos ponernos en marcha a eso de las cuatro, de los últimos, lo que tampoco nos preocupaba gran cosa porque ya nos interesaba llevar gente delante para tener una idea exacta de por dónde movernos. Recuerdo la discreción y el orden con el que aquellos mocetones y mocetonas, de edades variadas, se levantaron prácticamente al unísono, desayunaron, se equiparon y fueron arrancando para arriba, como un silencioso ejército invencible. Por entonces aún me impresionaba aquella disciplina, que luego he tenido ocasión de observar más veces... Salvo un grupo de holandeses con los que nos entendíamos bien en inglés, la inmensa mayoría de los presentes eran de habla alemana (supongo que alemanes, suizos, austriacos...). Y por supuesto, no recuerdo a un solo español (sin ánimo de polemizar, ¿eh? Me refiero simplemente a ciudadanos del estado español, es decir, que sorprendentemente ni siquiera había algún vasco o catalán, lo que ya es raro...). Y tampoco apenas a franceses o italianos. Era una montaña germánica en estado puro.

 

 

Un alto en el Festiglestcher.

El día no venía despejado, esto ya lo veíamos desde el principio, aparte de que había nevado ligeramente durante la noche, pero todos los grupos tiraban para arriba sin dudar, y “allà donde fueres, haz lo que vieres...”. Remontamos la morrena, y por encima nos encordamos para recorrer el margen derecho del Festiglestcher, poco agrietado, hasta colocarnos bajo el Festijoch, el collado que comunica con el amplio flanco norte del Dom (unos 3.700). Lo alcanzamos en una fácil grimpada, y entonces me tuve que tragar mis apreciaciones previas del tipo “creo que es una especie de Portillón Superior” que les había hecho a los compañeros, porque, sin ser difícil, había unos metros rocosos en flanqueo mucho más aéreos que todo lo que puedas encontrar en el Portillón. Pasamos sin problemas, con un par de seguros tal vez algo endebles, la verdad, si hubieran tenido que trabajar en serio... En fin, al otro lado nos decantamos rápidamente por la vía normal, bajando ligeramente hacia la izquierda, dejando así de lado la cresta del Festigrat. Estábamos casi en el nivel de las nubes tozudas, pero veíamos al menos a un par de grupos pequeños internándose en el flanqueo bajo los seracs que te coloca en la vía normal, y la huella parecía clara. Lo otro visible eran dos o tres cordadas que se metían directamente hacia la arista con los arneses cargados de material de escalada, y especialmente de flautas de nieve y tornillos de hielo, como si fueran a la guerra... Y no llevábamos apenas nada de eso, ni queríamos ir a ninguna guerra... El reto de una cima como ésta era de por sí suficiente, y de sobra, como para encima complicarnos la vida. Jorge y yo nos dijimos el uno al otro, casi al unísono, “si se va a pasar miedo, no se disfruta...”.

 

 

Desde el Festijoch, la Festigrat que sube a la derecha y el flanco norte a la izquierda.

Mati gestionando el paso clave del Festijoch.

 

Pasó mucho rato mientras recorríamos con cierta aprehensión el pie de los enormes seracs y conseguíamos empezar a encarar hacia el sur las extensas pendientes de este flanco norte. Hasta que acabamos, cómo no, metidos en la nube y bajo una suave nevada. La huella de subida seguía allí, pero hacía rato que me resultaba alarmantemente escasa, como trazada por muy pocas personas... Seguimos subiendo a oscuras, siguiendo la escasa traza, y fue por entonces cuando Jorge dijo aquello de “¡Mirad, un cartel donde pone Moscú 20!”... "Moscú 20" es una expresión que se ha convertido en clásica entre mi gente de montaña para describir esos momentos en que no se distingue entre el suelo y el aire, en que te mueves en un espacio blanco sin referencias, sintiendo casi un poquito de vértigo... Mati, viajada pero a la vez candorosa, pregunto a gritos “¿dónde, dónde?”, y reímos un buen rato. No nos vino mal, porque yo, que iba delante, me venía preguntando hacía rato por la futura continuidad de esa huella cada vez más evanescente. Y me sentía cada vez más tenso. La brújula nos indicaba la dirección correcta, e íbamos subiendo, sin duda, pero sin saber bien bien a dónde y por dónde... Recuerdo además que yo volvía repetidas veces la vista, como para comprobar que, pese a la nevada, nuestra huella de ascenso seguía allí, pensando en que si se acababa tapando y nadie más aparecía por allí, tendríamos realmente un problema para volver. “Al menos la moral está alta...”, pensé al oír a Jorge... “Intentemos continuar un poquito...” El altímetro marcaba ya por encima de los cuatromil, y me dije que estábamos allí, en medio de la nada, en un monte nuevo y especialmente enorme para nosotros... Y me preguntaba cada vez con más ansiedad durante cuánto tiempo podríamos mantener esa situación... Y también me preguntaba si la chanza de Jorge no era en realidad una reflexión a la “británica” (no en vano llevaba un tiempo viviendo en Inglaterra) a propósito de qué demonios estábamos haciendo allí...

 

 

Vamos encarando el flanco norte, poco antes de acabar engullidos por las nubes.

 

Avanzábamos despacio, acusando la creciente pendiente y, sobre todo, la incertidumbre de nuestro esfuerzo. En un momento dado vimos dos sombras ante nosotros, y pensé en que podía tratarse de alguna cordada que, después de subir por la arista, ya bajaba... Pero eran dos que se daban la vuelta, según nos chapurrearon en inglés. “Si esto sigue así, se ha acabado el Dom...” les dije a Mati y a Jorge quizás con excesiva solemnidad. Recordaba aún a otro grupo ante nosotros, y la presencia todavía de una traza de subida, aunque endeble, nos decidió a continuar un poco más. Un rato más tarde nos topamos con dos sombras más por encima nuestro. Estaban parados, husmeando el aire, y nos dijeron en francés que no había traza más arriba. Después de consultar otra vez los aparatos y poder determinar así la dirección de la cima, nos pusimos los cinco en movimiento hacia arriba, muy despacio, alternándonos en abrir huella. Al menos la suave nevada había parado... Mucho rato más tarde, como por efecto de un sortilegio, la capa de nubes se levantó en unos pocos minutos y nos encontramos sobre una pendiente enorme de nieve virgen, sin huella alguna, bajo un cielo prácticamente despejado. Después de todo lo anterior, recuerdo ese momento como algo mágico, como una revelación o un renacimiento.

 

 

De pronto, la revelación.

 

 

Y la dureza del ascenso reflejada en el rostro de Mati.

 

 

Aunque íbamos ganando confianza tras discurrir por el túnel...

 

 

Teníamos ante nosotros, alta todavía, la cima, y no habíamos errado la orientación... Y a la derecha veíamos discurrir algunos grupos que remataban la arista del Festigrat. Redoblamos los esfuerzos, y un rato más tarde empezamos a cruzarnos con cordadas que empezaban a bajar de la cima, dejando una enorme traza en la nieve. La situación estaba definitivamente controlada, siempre que el cuerpo nos aguantara...

 

 

Allí está la zona de la cima, todavía lejana pero al menos visible y ubicable, que no es poco...

 

Y lo que va quedando a nuestra espalda, hacia el norte...

 

 

Mientras progresamos por fin al sol, y no sin calorcito, que yo acabé en manga corta, por lo que veo. Casi estamos relajados...

Allí asoma el Weisshorn.

 

 

Sin mayores problemas alcanzamos el collado que hay bajo la cima, donde se unían nuestra ruta normal y la de la arista, nos desencordamos y rematamos los escasos cien metros que quedaban por una huella enorme. Alcancé la cima a la una de la tarde, y pensé en primer lugar en que nunca había empleado nueve horas en un ataque a cima.... Como escribí pocos días después en mi relato-reseña, “Arriba, mientras espero a que lleguen Mati y Jorge, apenas experimento nada especial, nada que me haga sentir que estamos en una montaña como nunca antes habíamos subido, que nos ha exigido trabajar como pocas veces lo hemos hecho. Estoy allí arriba como si siempre hubiera sido así, de una forma natural e intuitiva en la que no existen ni el pasado ni el futuro.” En definitiva, recuerdo no haber sentido ni un gramo de euforia, de entusiasmo... Tal vez estaba agotado, más mental que físicamente, supongo que por el esfuerzo de progresar durante horas en una situación de incertidumbre, que es algo que te desgasta muchísimo la energía. Esto, más el lento avance a ciegas durante mucho tiempo y teniendo que abrir huella, con paradas frecuentes para consultar los instrumentos, creo que explica el horario final tan abultado. Porque creo que físicamente no íbamos mal, la verdad. 

 

 

Los últimos metros...

 

El mar de nubes sólo permitía ver bajo el sol lo que superaba holgadamente los cuatromil metros, lo que limitaba las vistas al imponente Weisshorn, al Matterhorn, al Lyskamm y al Monte Rosa (con el próximo Taschhorn delante)... Al norte, las cimas inmediatas del Lenspitze y del Nadelhorn... Y apenas nada más... Pero ese efecto “oceánico” me permitió escribir que “realmente parece que estuviéramos en otro planeta, en otro mundo, en otra dimensión. Somos navegantes de un mar desconocido, algodonoso y frío, amparados en uno de los islotes de este selecto archipiélago de cuatromiles.” También escribí que “es al final cuando comienzo a saborear la cima, a discernir la importancia que para nosotros tiene esta ascensión, condenada durante mucho rato al fracaso...[...]. La montaña nos ha abierto sus entrañas y ha intimado con nosotros...[...]. Esa barrera de nubes, conformadora del océano de cuyo seno hemos emergido, se convierte en una frontera casi física, sobre la que se hallan las montañas más altas de Europa y nosotros, dioses por un rato. Y bajo ella señorea la penumbra que embarga a los mortales, de la que nos sentimos tan felizmente ajenos...[...]. Pero nuestro nexo con la vida nos compele a sumergirnos de nuevo en el mundo de los hombres. En el fondo, allí arriba no nos necesitan y casi molestamos, no somos nada: simples devotos que, en pleno éxtasis místico, vislumbran un instante la Eternidad.”

 

 

Hacia el sur, Monte Rosa y Lyskamm.

 

 

Y hacia el oeste, un lejanísimo Mont Blanc, la Dent Blanche y el Weisshorn.

En apenas media hora iniciamos el descenso, que no había dejado mi cabeza libre ni un instante mientras estuvimos allí arriba. Nuestra resistencia, la incógnita del tiempo en cotas inferiores, bajo las nubes, la nieve reblandecida sobre las grietas en un descenso tal vez demasiado tardío... Llegamos al refugio bien pasadas las siete de la tarde, tras un descenso más bien lento que incluyó un resbalón mío en el hielo negro y polvoriento sobre una grieta en la zona media del Festiglestcher, que por suerte supe abortar antes de que el resto de la cordada tuviera que emplearse... Recuerdo que había cierta expectación en el refugio, ya que al fin y al cabo éramos el último grupo en llegar de la cima. La “mestresa” nos tenía contados, al menos a nivel de grupos según nos dijo, y se la vio aliviada cuando nos vio aparecer. Supongo que empezaban a desconfiar de las capacidades de “esos españoles”... Pero allí estábamos.

 

 

 

 

Bueno, por lo que recuerdo, en ningún momento me sentí realmente cómodo allí arriba, relajado, recompensado realmente del esfuerzo y la tensión, que es lo que me suele ocurrir en una cima en condiciones normales. Estaba atenazado por la tensión de muchos momentos del ascenso, y por lo que nos aguardaba todavía bajando de la montaña... Esta ascensión, cuya culminación tendría que haber sido de por sí una auténtica fiesta, fue en realidad una larga y tensa espera hasta el momento final en que estuvimos ya completamente seguros, de vuelta en el refugio... Es verdad, y en el fondo pasa siempre, que una ascensión no se culmina hasta que se baja de la montaña... Estoy de acuerdo desde luego con esta afirmación, pero muy pocas veces la he experimentado de forma tan explícita y cruda como en aquel Dom del 96, hasta el punto de parecerme que nunca estuve en realidad allí arriba, que se trató de una ensoñación... 

 

 

 

El Festiglestcher desde el Festijoch cuando bajábamos.

 

 

Fijaos en lo que escribí ya entonces. “Yo al menos, he experimentado la cima de forma anormalmente serena, quizás en exceso. Ni allí arriba exploté de júbilo, y ni siquiera ahora, a días vista, consigo emocionarme con las consideraciones habituales en estos casos...[...]. Pienso que la he racionalizado enormemente, incluso ya antes de ascenderla, quizás porque presentaba para nosotros características especiales (tamaño, altura...) que me han obligado a tener los pies sobre la tierra. Y noto que, por culpa de esto, me he perdido algo allí arriba.”

 

 

La zona inferior del Festiglestcher durante la bajada, ya cerca del refugio.

 

Un año más tarde, en verano del 97, después de una salida alpina muy fructífera en la que subimos casi todas las puntas italianas del Monte Rosa, y el Cástor y el Breithorn en jornadas distintas y desde el sur, desde el refugio Mezzalama, aún contraponía la normalidad de estos éxitos con “la sensación irreal e incluso incómoda del Dom.”  Y al hablar de la naturalidad conseguida por fin en nuestras actividades alpinas, añadía que los Alpes empezaban a perder “esa aureola que permanecía aún en nuestra ascensión al Dom, esa sensación de ser un elegido para asomarse a la eternidad, que tal vez yo combatí personal y subconscientemente con mi vaciedad interior en su cumbre, con mi actitud vegetativa.” Y luego, al hablar de la fluidez y del disfrute de nuestras actividades, sintetizaba con una sola frase mi experiencia del año anterior en el Dom, al definirlo como un lugar “donde entramos y salimos como por un umbrío y esotérico pasillo de iniciación. En el Dom todo fue misterio místico, flotando sobre aquel mar de nubes casi imposible...”

 

 

Mati charlando con unos ingleses al día siguiente, un ratito antes de empezar a bajar hacia el valle. La presencia del Weisshorn quita el aliento...

 

Sí, ya lo sé, en todo esto existe una evidente contradicción, porque o bien me sentía vacío y vegetativo en la cumbre, o bien tenía la cabeza demasiado ocupada en pensamientos concretos, centrados en el descenso... No encaja en absoluto... Dejémoslo pues en que fue eso, una ensoñación, algo irreal... Tal vez una manera de perderme lo esencial... lo cual tiene su lado bueno, porque me espolea a intentar volver a esta montaña... O, ¿es que tal vez aquellas sensaciones del Dom eran lo esencial? A lo mejor eso es lo esencial, sentirse “allí arriba como si siempre hubiera sido así, de una forma natural e intuitiva en la que no existen ni el pasado ni el futuro”.

 

 

Allí estábamos, de forma natural e intuitiva, o no, quién sabe...

 

 

Repasando mi relato actual y el de mis impresiones escritas entonces, la verdad es que nada me cuadra. Porque no es compatible la vaciedad vegetativa con la hiperactividad mental. ¿Dónde está “lo esencial” en todo esto? Desde luego, en ninguno de ambos extremos, eso seguro. Sólo puedo concluir que “lo esencial” se me escapó entonces, por exceso o por defecto, pero se me escapó... El disfrute consciente y pleno, la vivencia intensa del momento, desde luego que se me escapó... Esa mezcla exacta y dificilísima entre la alegría y la responsabilidad, se me escapó... Esa combinación precisa en la que el ser consigue empaparse de presente, pero sin abandonar un mínimo raciocinio suficiente como para pensar en el futuro inmediato, centrado en bajar sano y salvo... Ese equilibrio casi imposible entre nuestro deseo y nuestra realidad, entre nuestro espíritu de rebeco y nuestra naturaleza humana... Está claro que, si el cuerpo me aguanta, tendré que volver.

 

 

El Dom en el centro de la foto, visto desde el sur, desde la Zumsteinspitze, en agosto del 97, un año más tarde.

 

 

 


4 Comentarios
Enviado por Ram el Saturday 14 de March de 2009

Me parecen muy interesantes tus percepciones, de las fotos que voy a decir, preciosas, me alegro de ver a la Mati.
Enviado por Gerardo el Sunday 15 de March de 2009

Gracias, Ram. Mati estaba por entonces hecha un toro, y no creas, que aún tiene mucha resistencia. Últimamente sale poco al monte, pero se mantiene en forma. Por cierto, felicidades.
Enviado por Jorge Plaja el Tuesday 30 de October de 2012

Por casualidad he entrado en tu blog y he disfrutado releyendo esta relato que tanto nos marcó. Qué guay!
Enviado por Gerardo el Tuesday 30 de October de 2012

Me alegro de que te haya gustado, porque fuiste uno de los protagonistas. Para mí esa ascensión sigue siendo una de la experiencias más cañeras, intensas y raras que he tenido en montaña, una actividad que no olvidaré jamás. Un abrazo. Y a ver si nos vemos....


Aadir nuevo comentario
Usuario de Madteam.net No usuario




Vista Previa



 

 
MadTeam.net | Suscribirte a este blog | Creative Commons License Blog bajo licencia de Creative Commons. | compartir este enlace en Facebook