Alguien a quien conozco escribió hace poco en su facebook “me explota, me explota, me explota...â€. En fin, pueden explotar muchas cosas en esta vida, cabezas, corazones, expectativas, deseos, sentimientos... Supongo que, igual que yo, todos os habréis encontrado con situaciones explosivas, o al menos potencialmente explosivas, y desde luego en la montaña también. Son momentos en los que todos acabamos ejerciendo de “artificierosâ€, de desactivadores (salvo que se tenga vocación de suicida, que haberlos “haylosâ€.....), o si no, al menos echando mucho de menos a algún buen artificiero...
A los pies del Balcón de Pineta, en octubre del 84...
En el mundo de la montaña, un caso clásico es el de la gestión de la nieve; sectores repentinos de nieve endurecida que te pillan con los crampones en la mochila, o esa nieve a veces abundante, a menudo recién caÃda, de texturas variables e imprevisibles, que puede sorprenderte con una placa zumbona bajo las botas; o esa nieve primavera y pesada en la que te hundes como si caminaras sobre un gigantesco membrillo albino, o que se descuelga con una avalancha que viene de muy arriba, como un rodillo inapelable y devastador... O el de la gestión de méteos adversas más o menos sobrevenidas, de las que has de salir con pies de plomo, sereno, para no acabar engullido por ellas. O si a todo ello se le añade lo de ejercer de manera oficiosa de “cap de collaâ€, que se dice en catalán (algo asà como “jefe del grupoâ€), y no tener en cuenta en todo momento los diversos grados de soltura, madurez montañera y equipamiento de la gente que, quieras o no, está dependiendo de ti en ese momento, dependiendo de tus conocimientos, tu experiencia y tus decisiones. En todos estos casos hay que aplicar la máxima de los Siniestro Total, “ante todo, mucha calma...â€... Y ciertas doctrinas orientales que te indican que sólo existe el ahora, el presente inmediato, instantáneo, puro y duro, en el que has de concentrar toda tu potencia sin perderte en especulaciones sobre los “antes†y los “despuésâ€, que además chupan mucha energÃa fÃsica y mental.
El Perdido desde el Balcón en setiembre del 85.
Octubre de 1984, puente del Pilar. Es casi de noche, la lánguida luz de la tarde se esfuma raudamente, por minutos, y, por encima de mi posición, Chicho acaba de resbalar y pasa junto a mÃ, cogiendo velocidad por la nieve cada vez más dura de esta pala-embudo situada justo bajo el borde del Balcón de Pineta... Unos pocos metros por debajo, Xavi Cañabate le detiene casi al vuelo, como quien recogiera flores en el campo... Vicenç, que ejerce de “cap de collaâ€, nos manda parar a todos y nos dice que a ponerse los crampones de inmediato, los crampones de correa Faders que hemos alquilado. Bien, vamos a ponernos por primera vez los crampones en esta pala helada y casi a oscuras, a la luz de los frontales... Vicenç sube y baja a lo largo del grupo (cinco o seis personas) supervisando la operación. Hace frÃo, pero los nervios nos impiden notarlo. La noche por suerte es serena y sin viento. No es fácil ponerse estos cacharros del demonio... Por fin equipados, aprendemos casi de golpe cómo se desciende por una pala helada asegurando cada paso con el piolet clavado en el lado de montaña, lecciones que no se olvidan jamás, habilidades que quedan para siempre, como montar en bicicleta o echar un polvo... Bien pasadas las 12 de la noche llegamos agotados abajo, a la seguridad de nuestra enorme tienda carpa, porque el grupo es más numeroso, no todos nos hemos visto en este atolladero de descenso originado en un intento al Perdido desde el fondo del valle, ¡para el que hemos arrancado casi a las 10 de la mañana! Aunque la nieve no se habÃa presentado de forma continua por debajo de los 2.300-2.400, a las tres de la tarde aún estábamos al pie de la franja rocosa mirándonos como imbéciles la canaleta verglasada que la salvaba, pensando más rato del necesario si podrÃamos intentar progresar por allà sin más material que nuestros piolos y crampones alquilados, deficientes y gastados, que además no habÃamos usado jamás (tal vez alguien llevaba una cuerda, con la que seguramente sólo hubiéramos conseguido ahorcarnos...). Por suerte a nadie se le ocurrió porfiar en el intento... Era mi primera incursión en la alta montaña, como les sucedÃa a buena parte de los presentes, y afortunadamente, y a pesar de los despropósitos dirÃa que conceptuales de la salida, no fue la última.
Un momento del ascenso hacia el Balcón, a las tantas...
A la mañana siguiente, felices como cachorros... Vicenç enarbola el garrote, cuya vÃctima es Iosu/Jordi, a quien sujeto yo desde atrás con la ayuda de Chus (a la derecha). Al fondo asoma Xavi Cañabate.
Primero de mayo de 1992, año olÃmpico por muchos conceptos, no solamente por el más aparente... Bajamos desde el refugio de Serradets, al pie de la Brecha de Rolando, en medio de la más absoluta invisibilidad, trasegando por unos 30 centÃmetros de nieve fresca que viene cayendo sin compasión desde la tarde anterior. Estamos en realidad huyendo de la montaña, quitándonos de en medio, tratando de volver a San Nicolás de Bujaruelo, de donde arrancamos el dÃa anterior. “Au revoir Tallónâ€, me digo cuando abandonamos la seguridad del refugio. Por debajo del pequeño collado de Serradets empezamos a descender a tientas, a ciegas, hasta que la configuración del terreno y el altÃmetro nos indican que hay que empezar a llanear hacia el oeste para no acabar vete a saber dónde... Ah, la brújula, qué gran invento... Nieva a ratos, la verdad es que muy suavemente; lo que nos tortura ya está en el terreno... Llevamos con nosotros una tienda que, en caso de perdernos del todo, pues servirÃa para no quedarnos completamente en pelotas, que se dice. En todo caso, hay que intentar salir de ahÃ. Salvo a Pep, a Mati y a Eduardo les acabo prácticamente de conocer, les he propuesto una excursión de alta montaña de verdad, como nunca habÃan hecho, y de verdad que lo estoy consiguiendo casi a mi pesar... Me miran evolucionar por delante, brújula y altÃmetro en mano, seguramente incrédulos de que se pueda salir de allà sin que despeje aunque sea un poquito. Están tranquilos, y tampoco hay motivo para lo contrario: conocemos la configuración del terreno y sabemos que, a malas, nos podemos acomodar los cuatro en la tienda hasta que escampe, el tiempo que sea, al fin y al cabo llevamos material de pernocta completo y nos queda comida (hemos ido a un Serradets sin guarda, fuera de temporada, y por tanto completamente pertrechados). Pero habrÃa que intentar salir de allÃ, la verdad... Me lo tomo como un reto, y a ratos se me antoja un apasionante ejercicio de navegación digno de Amundsen y su conquista del Polo Sur, un auténtico desafÃo. Tras mucho rato de trasegar, un rato sin cuantificar, corto o largo como la goma dúctil de un enorme chicle, ese chicle blanco que nos está engullendo, vislumbramos ante nosotros el collado de Bujaruelo. A partir de aquà el terreno sólo está nevado de estas últimas horas, con una “enfarinada†que se dice en catalán, potente pero “enfarinada†al fin y al cabo (estaba seco el dÃa anterior), y la nube parece empezar a quedarse por encima nuestro... Asunto resuelto satisfactoriamente... Probablemente la méteo habÃa previsto ese cambio de tiempo, quizás incluso la consultamos, pero bueno, se equivocan tanto...
El refugio de La Brecha o Serradets, en un dÃa tranquilo de tiempos mucho más recientes.
Los llaneos que conducen al Coll de Bujaruelo, en unas condiciones bastante mejores que las de aquella vez...
Remontando hacia la Tossa d'Alp en enero de este 2010.
Enero de 2010. Como se nos está haciendo un poco tarde y la méteo se va girando de forma apreciable, decido bajar hacia las instalaciones de Comaubella, lo que llaman la estación de esquà de Coll de Pal, por el valluco que desciende directamente desde el collado intermedio que hay en la cadena sudeste de la Tossa d’Alp, de cuya cima venimos. Evitaremos una pequeña remontada sobre nieve dura salpicada de piedras, un terreno poco agradable por el que parte del grupo no se ha movido cómodo por la mañana, y esta bajada parece inocua después de mi inspección visual durante la subida. La carretera de la estación, además, parece tan próxima... El grupo… un grupo de gente animosa pero inevitablemente con poca experiencia, para parte de ellos su primera raquetada de montaña… Y yo como “cap de collaâ€, qué vols fer-hi… En un momento dado del descenso en flanqueo, cuando aprecio que la nieve a nuestra izquierda está suficientemente durita como para no detener a un novato con raquetas y palos, y que desemboca sobre un posible corte casi vertical, me da un vuelco el corazón… Pero hay que salir de allÃ, sin piolos y crampones para todos. Pues bueno… Por supuesto que lo conseguimos, qué remedio, o salimos de allà o salimos en los periódicos…
Ejerciendo de "cap de colla".
Tres episodios que comparten algo: su carácter de “iniciáticos†para buena parte de sus protagonistas, y una cierta dosis de riesgo en cierta medida no previsto por los supuestos “caps de collaâ€â€¦ Situaciones para desactivar con paciencia de caracol artificiero, con pies de plomo y espÃritu de halcón, por aquello de sobrevolar con soltura los problemas para observarlos, valorarlos en su justa medida y distancia, y vencerlos, sin más, vencerlos y punto.
Desde la cima de la Tossa.
Claro, claro, ¿por qué nos metemos ahÃ? ¡Ah, la montaña, cómo nos tira! ... Al final la cuestión será por qué vamos a la montaña, menuda pregunta... Cada vez intento más evitar ciertas situaciones en el monte, méteos adversas, riesgo elevado de aludes, incógnitas en la ruta que no haya podido al menos vislumbrar antes de subir, y más aún en función de quién me acompañe... Supongo que es normal, que es lo que llaman la edad y la experiencia. Y, a pesar de todo, todavÃa nos metemos en ciertos “fregaosâ€...
El descenso de la Tossa, ya por debajo de la zona más conflictiva...
No sé si lo conseguimos de igual modo en otros ámbitos... En ocasiones hay ciertas personas a las que sientes de una manera muy especial, como sientes la montaña, pero cuya relación con ellas intentas gestionar con extrema prudencia para que no llegue a explotarte en el corazón… Esto también es algo que se aprende poco a poco con el tiempo, como se va desarrollando poco a poco el instinto para evitar el peligro… Pero a pesar de esta convicción, cómo nos tiran a veces, con qué insensatez nos interponemos en su camino, sin importarnos ni la desazón que les causamos ni que incluso se nos cuelen en el corazón y lo destrocen como una carga de profundidad... (que a veces puede proyectarte a la vida, añado…). Nos exponemos con la temeridad de los grandes alpinistas, algunos de los cuales acaban pagándolo muy caro....
Siempre intentando tenerlo todo bajo control...
Estoy oyendo el ritmo hipnótico del “Run Run Run†de la Velvet Underground y me da por pensar que hay cosas que te atrapan igual, con su cadencia ni muy rápida ni muy lenta pero constante y precisa, cosas de las que no es fácil escapar, a las que te costarÃa muy poco entregarte sin reservas hasta las últimas consecuencias... Son cosas que deberÃan poder ser desactivadas con la experiencia de un buen “artificieroâ€.
Amanece, que no es poco...
PD: Ah, el peligro, el peligro... Me ha parecido necesario, releyendo el post, dejar clara una cosa. El peligro no está en la montaña, la montaña está donde está y es como es... La noción de peligro depende del montañero, es un elemento que en realidad genera él... Es él quien se acerca hasta ella y ha de saber valorar sus condiciones objetivas, el nivel de dificultad, la méteo, el estado de la nieve o de la ruta... Y también las suyas propias, su propio estado anÃmico, mental y fÃsico, su propio contexto personal, sus propias condiciones, antes de acometer una ascensión. El objeto del deseo prácticamente nunca es culpable de lo que pueda acabar sucediendo, sea lo que sea, es el deseo en sà el que puede perderte... Todo se resume al final en errores propios de apreciación. Supongo que lo digo para que las montañas duerman tranquilas, jajaja....