Saturday 19 de October de 2013, 21:12:24
Patrias...
Tipo de Entrada: CUADERNO | 1491 visitas

 

Me he puesto a repasar una buena parte de mis actividades montañeras de lo que llevamos de 2013, y resulta que desde mediados de mayo sólo me he movido por el “extranjero”, dos veces por territorio andorrano y cinco veces por territorio francés (con la sola excepción de mi Bastiments de primeros de septiembre, una excepción bien rara porque acabé bañándome en el estany de Bacivers, también en territorio francés). Bien, me ha servido sin duda para profundizar en el conocimiento del Pirineo más próximo, del Capcir o el Conflent, con primeros contactos con lugares tan deliciosos como el circo de Camporells y la cabecera de la Vall d’Orlú, la zona de Merialles en el Canigó o las tripas de la Vall de Carançà... Ya sabéis que concibo la cordillera como una unidad, y por eso siempre le llamo Pirineo, en singular... es algo que ya he explicado en este blog más de una vez... Una unidad de verdad, que trasciende la impermanencia de los productos humanos, ya sean la historia, la cultura, la lengua o las leyes (éstas las más impermanentes y discutibles, desde luego...); y que además, pese a todas estas “diferencias”, ha generado secularmente una forma común de vivir y sentir, de norte a sur y de este a oeste, en toda su extensión.

 

Pues bueno, por lo que sea, y desde luego por criterios que no tienen nada que ver con patriotismos, llevo meses “actuando” en eso que he dicho antes, lo que tradicionalmente se llamaba, y aún se llama, “el extranjero”... Incluso he cometido la “osadía” de largarme a Francia el 12 de octubre... Que nadie malinterprete esto como una ironía o una crueldad, por favor; me he ido porque me iba bien irme entonces, aunque es verdad que como al protagonista de “La Mala Reputación” de Georges Brassens, las fiestas nacionales siempre me han motivado más bien poco, poco... (y eso que la francesa presenta para mí una fascinación especial por su trascendencia histórica inapelable, un hito en la historia de Europa y, al fin y al cabo, de la Humanidad... y quizás también porque es el día de mi cumpleaños...). Insisto, no ironizo, en absoluto: por supuesto que no fui a la mani del 12-O de Plaza Catalunya, pero he de reconocer que tampoco participé el 11-S en la “via catalana cap a la independència”... El caso es que uno piensa inevitablemente en toda esta dinámica política en la que estamos inmersos, y percibe un “encabronamiento” creciente que incomoda, la verdad es ésa, porque obliga a polarizarse cuando resulta que uno no es de extremos, que obliga a posicionamientos radicales cuando a uno le resbalan bastante, al menos en materia de patrias; que incluso obliga a “odiar”, cuando resulta que uno está convencido de que el odio es una reacción muy primitiva, algo que nos deshumaniza... No sé, quizás por todo esto vais a leer lo que sigue a continuación... Bueno, si tenéis a bien leerlo, por descontado...

 

Durante buena parte de la historia de los últimos siglos, al menos en Europa, la meta de los diversos vaivenes de la política en cada territorio era la constitución de la llamada “nación-estado”, un concepto emocional pero también operativo que aunaba bajo una misma estructura jurídico política efectiva los sentimientos de pertenencia a un mismo grupo humano: cada nación, esa conjunción de sentimientos étnicos, culturales y lingüísticos, amparada por un mismo aparato de poder, un estado. Es un concepto clásico, y casi todas las actuales “nación-estado” de Europa se vinieron configurando así durante toda la Edad Moderna (desde el Renacimiento) y durante buena parte de la Edad Contemporánea (desde la Revolución Francesa). Esta configuración se ha llegado a convertir en un paradigma, en la deseable culminación de cualquier proceso de construcción nacional: una nación, un estado.

 

Este planteamiento ha valido durante mucho tiempo, pero últimamente se tambalea. El mundo es cada vez más un mundo globalizado; a nivel económico indudablemente, lo cual genera terribles distorsiones que ahora no vienen al caso; pero también a nivel político, o pretendidamente político, y tenemos como ejemplo perfecto nuestra Unión Europea, un espacio político común en el que se va disolviendo poco a poco la soberanía particular de las “naciones-estado” que la integran. Es éste seguramente un proceso imparable, puesto que estamos viendo cada día que pasa que vivimos en un mundo en el que lo que le ocurre a uno repercute en todos... Y es que pienso que es ésta la evolución lógica de la humanidad futura, si realmente queremos progresar: un mundo donde las diferencias constituyan una anécdota, una particularidad muy estimable y digna de consideración y protección, pero sin gran trascendencia práctica como elemento rector del ejercicio del poder, un poder unificado que debería velar por los intereses de todos, absolutamente todos. Y es que estamos viendo que no saldremos de ésta si no salimos todos, es algo que ya ni los neoliberales y conservadores más acérrimos apenas se atreven a discutir de puertas afuera (aunque de puertas adentro traten de arrimar el ascua del cambio a su vieja sardina de desigualdad, desregulación, control de los resortes del poder y obtención de beneficios sí o sí...)... Bien, en esto consiste la dinámica histórica, en la progresiva transformación de los paradigmas para poder seguir evolucionando favorablemente, o al menos sobreviviendo con dignidad, en un medio cambiante...

 

¿Por qué los rasgos identitarios de una comunidad humana, realmente valiosos como patrimonio cultural y vital, e incluso muchas veces hermosos, han de justificar por sí mismos la existencia de una estructura de poder? Sí, supongo que porque si no disponen de esa cobertura, la estructura de poder vecina los acabará absorbiendo y diluyendo, y si se resisten, aniquilando. Es el problema de que llevemos siglos y siglos y siglos pensando en términos de “nación-estado”. Y el caso es que muchos de nosotros seguimos anclados en el concepto de “nación-estado”, un concepto que creo superado, y cada día que pasa, más superado... Es una resistencia diría que casi “antropológica” a perder los rasgos distintivos de la “tribu”, un término muy anticuado porque es que realmente es un término obsoleto. Es una resistencia que se estrella constantemente con el camino que va tomando la tozuda realidad de las cosas, contra la que se pueden intentar diversas estrategias adaptativas, pero jamás un suicida choque frontal... Puro evolucionismo...

 

Centrando la óptica en nuestra “Iberia”, por utilizar un término geográfico que procede de la Antigüedad y no contiene ninguna connotación política, creo yo, encontramos que un largo y a menudo violento proceso de siglos de aglutinación de pequeñas “naciones-estado” acabó desembocando en una sola estructura de poder (bueno, dejo a Portugal aparte, claro está...) que pretendió convertirse en una sola “nación-estado”, siguiendo la moda de la época, imponiendo la uniformidad política y cultural al margen de la voluntad de una parte significativa de sus ciudadanos, es decir, sin intentar convencerles. Ya he dicho que no fue un proceso exento de violencia, en absoluto, algo que parece que los ibéricos lleváramos especialmente marcado en los genes, me da por pensar a la vista de nuestra historia común... Y es que precisamente la gran “nación-estado” ibérica, España, se construyó y se ha ido construyendo a base de palo y zanahoria... Quizás como en muchos otros sitios, me diréis, pero sospecho que con sobredosis de palo y escasísimas zanahorias... En este sentido, es reveladora la comparación de los últimos 200 años de historia de Francia y España (toda la llamada Edad Contemporánea): unos, partiendo de una realidad tan diversa como la nuestra, y después de la orgía violenta pero imprescindible de la Revolución Francesa, supieron administrar las suficientes zanahorias como para seducir y convencer a sus ciudadanos de que en ningún sitio estarían mejor, de que el Estado les necesitaba y les protegía... Otros, nosotros, tenemos un terrorífico historial de conflictos civiles que apenas ha terminado hace poco más de treinta años, si es que ha terminado... Y así es muy difícil, porque no se puede construir una “nación-estado” ejerciendo la violencia contra los tuyos... El “contrato social” que desarrolló Jean Jacques Rousseau es un toma y daca, en el que el individuo sólo cede su soberanía personal en beneficio de la soberanía colectiva o nacional si se siente querido, valorado y protegido por ella; es así y no puede ser de otra manera, y la prueba es que las únicas “naciones-estado” que funcionan como tales se basan en esto. En este aspecto, la “nación-estado” que llamamos España es hoy en día, desde mi punto de vista, un estado más o menos eficiente (en fin...), pero una nación totalmente “fallida” porque perdió la oportunidad histórica de construirse con elementos aglutinantes realmente contemporáneos, cosas como las elementales nociones de respeto o de protección; porque casi nunca tuvo la capacidad de convertir a la gran mayoría de sus ciudadanos en cómplices de un proyecto común... No se pueden construir complicidades a hostias... Y ahora ya es tarde, me temo. Y lo digo sin ningún rencor y sí quizás con bastante tristeza...

 

Hoy nos están planteando “alternativas” a nuestra “nación-estado fallida”, y he de reconocer que las considero interesantes, porque podrían suponer un intento de construir algo partiendo de premisas distintas, realmente contemporáneas, cosas basadas en la seducción y no el ordeno y mando. Premisas no lastradas por la terrorífica historia contemporánea española, que en ciertos momentos parece una interminable Edad Media, en la que los diversos reinos cristianos peninsulares se dedicaban con deleite a guerrear entre ellos. Pero observo un problema de fondo que me impide compartirlas completamente: las nuevas propuestas siguen partiendo del concepto clásico de “nación-estado”, una nación, un estado. Y pienso sinceramente que es un planteamiento caduco que se enfrenta mortalmente al devenir histórico, un planteamiento que quizás tuvo sentido en los estados burgueses del siglo XIX, cuando se le dio su configuración actual, pero que hoy día está fuera de lugar. La solución a nuestros problemas ni es permanecer en la “nación-estado” España, una construcción que ya perdió su oportunidad histórica, ni constituir una nueva “nación-estado”, Catalunya, aferrada a criterios envejecidos, reproduciendo esquemas obsoletos que tratan de justificarse en emociones, sentimientos y rasgos culturales más o menos compartidos... No es éste el camino, a mi juicio: no me interesa salir de una estructura caduca para caer en otra igual...

  

Desde mi punto de vista, el futuro pasa por olvidarse de todo esto... Creo que ha llegado el momento de superar la concepción de la “nación-estado”, cuya simple existencia justifica que exista la vecina, y la de más allá, y la otra, y los consecuentes enfrentamientos entre ellas... Es un marco que creo que hay que dejar atrás. Y puestos a reconocer la necesidad de una estructura política rectora (porque no estoy predicando la anarquía), que actúe liberada de las estrecheces identitarias, al menos tal y como se han entendido hasta ahora, y como se siguen entendiendo todavía ahora mismo, me temo... Por ejemplo, pensaría en nuestra Europa, que debería ser un ente político europeo pero de verdad, una auténtica estructura política común que acoja transversalmente ideologías, credos, culturas, lenguas, enfoques socio-económicos, ofreciendo una cobertura fiable, justa, equitativa y social a todos sus ciudadanos, un verdadero “contrato social”; una estructura cuya evolución lógica a largo plazo sería su traslación a escala planetaria... Pero claro, de momento en Europa sólo tenemos un entarimado de mercachifles neoliberales cuyo único interés es una integración económica con calzador que siga favoreciendo a los de siempre: oligarcas continentales que escuchan el “Himno a la alegría” mientras hacen sus negocios... En España tenemos un entarimado de supuestos patriotas que aún creen que España es una nación única y homogénea, y que están dispuestos a imponer esto sí o sí porque son incapaces de concebir otra cosa, y de darse cuenta de que es precisamente esta actitud la que ha imposibilitado históricamente a España convertirse en una auténtica “nación-estado”, y sospecho que lo ha hecho para siempre. Y en Catalunya tenemos a mucha gente harta de ser despreciada por lo que sienten como propio e innegociable, tal vez arrastrados por dirigentes insensatos que no han calculado todas las consecuencias de sus intenciones (y sólo digo tal vez...), y lo que es peor: que ofrecen de nuevo lo mismo, un estado que ampara elementos identitarios “nacionales”. No tengo todavía una respuesta concreta a todo este atolladero, pero sí tengo muy claro qué es aquello que no deberíamos cometer nunca más, y aquello caduco que nos alejará inevitablemente del futuro.

 

Por eso, entre otras muchas cosas, amo al Pirineo, al que reconozco por diversos motivos como mi auténtica y única “nación”: porque nunca será una “nación-estado”.

 

 

PD: bueno, ya he dicho que no tengo muchas respuestas, al menos por el momento... No sé si será posible llegar a una entente para seguir juntos, una entente que por supuesto pasa por la concepción plurinacional del estado español... En cualquier caso, lo que sí sé, y sin tener prefigurada mi respuesta todavía, es que quiero ser preguntado: exijo ser preguntado, tenemos derecho a ser preguntados, y a que nuestra respuesta sea decisiva.

 



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